María, refugio de los pecadores

Primer fin de semana de abril con María en el corazón. Recorremos el camino de nuestra vida de la mano de la Virgen, deseosa que nos preparemos para una verdadera conversión del corazón. Y, aunque ya sabemos que el verdadero mediador ante Dios es Jesucristo, en María, refugio de los pecadores, tenemos por el regalo que nos hizo Cristo de entregárnosla como Madre, una medianera entre el hombre y Dios.
La Virgen es, sin duda amparo y refugio de los pecadores, a la que nos dirigimos para que nos proteja, para que nos salve de las tentaciones, para que nos asista en los momentos de debilidad, para que interceda ante el Padre, para que atienda nuestras súplicas, para que nos ayude a ser fieles siempre al Señor. A través de ella regresar a Cristo es siempre más sencillo y más rápido.
María, refugio de los pecadores. Lo rezamos de corrido en el Santo Rosario sin darnos cuenta que a través de la maternidad de María quiso Dios engendrar a su Hijo para liberar al mundo del pecado. Y Ella, inmaculada por gracia de Dios, se consagró al Padre, dio el «fiat» más generoso de la historia y pasó a convertirse en la esclava del Señor. Y, tan fiel fue a Cristo, que caminó junto a Él el camino de la Pasión, se mantuvo firme al pie de la Cruz y padeció con Él como corredentora del género humano.
María, refugio de los pecadores. Yo siento así a la Madre, siempre tan cerca nuestro en el momento de la confesión. Siempre tan presente en este hermoso sacramento que nos reconcilia con Dios, predisponiendo nuestra alma para recibir con generosa bondad la misericordia divina. Antes de confesarme le pido al Espíritu Santo que me ilumine en la verdad de mi vida y a María para que me ayude a ser sincero ante el sacerdote y que interceda ante el Señor para que me inunde de sus infinitas gracias. Siento así a la Virgen muy unida a mí, arropado por su gracia de Madre de Dios. ¿O acaso Ella no buscó denodadamente a su Hijo durante el tiempo de la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén? Del mismo modo que san José y María encontraron a Jesús, María sale a mi encuentro y se alegra de mi reconciliación con el Señor, me fortalece en mi debilidad y me orienta para tratar de no volver a pecar.
María, refugio de los pecadores. En su regazo me refugio yo con el anhelo de no pecar más y sentirme así también más cerca del Señor.

refugium pecatorum

¡María, Refugio de los pecadores, intercede por mí que soy un pecador! ¡Conviértete, María, en mi cobijo para que me preserves en todas mis luchas cotidianas, antes todos los peligros y todas las dificultades! ¡María, Refugio de los pecadores, Tu eres la mediadora ante Tu Hijo; Tu nunca rechazas a nadie y nos llenas de gracias y favores, Tu nos alientas diariamente para hacer siempre el bien, dame Señora la fortaleza para no apartarme nunca de Tu Hijo Jesucristo! ¡Ayúdame, María, siempre a hacer una confesión sincera y tener un firme arrepentimiento de mis pecados! ¡Pongo en Ti, María, toda mi confianza para que me ayudes a rectificar mis pecados y mis ligerezas para así poder abrazar a Jesús! ¡Ayúdame, María, a despegarme de mis egoísmos, de mi soberbia, de mis juicios hacia los demás, de mi falta de caridad, de mi poco desprendimiento, de mis faltas de amor, de mi poca entrega, de mis muchos rencores, de mis pensamientos negativos…! ¡Y no permitas, Señora mía, que de mi corazón se alejen ni el temor ni el amor a Jesús que tantas gracias y bendiciones me ofrece!

Acompaña esta meditación el Amén de la Missa Refugium Peccatorum de Rubén Jordán Flores:

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