Inmolarse uno mismo en el altar

¡Qué bonita es la liturgia de la Eucaristía! En el momento de la presentación de los dones y la preparación del altar es un momento mágico, un momento de pausa interior, entre la plegaria eucarística y la palabra; es ese momento en el que podemos tener unos instantes para contemplar serenamente el rito que va a tener lugar inmediatamente y meditar de manera sincera la Palabra que hemos escuchado en las lecturas y en la homilía del sacerdote. Es el momento mágico y hermoso para prepararse con la propia ofrenda personal y dirigir toda nuestra mirada, nuestros sentidos, y nuestro amor hacia la oración eucarística.
Me maravilla cuando puedes fijar tus ojos hacia el altar que se convierte en el signo viviente de la presencia de Jesucristo entre nosotros y que está representado por ese sacerdote que preside la Eucaristía.
Es bonito pensar en la propia ofrenda, qué es lo que le vamos a ofrecer a Dios en el momento de la consagración. Por eso es un instante donde tienes que perdonar con caridad, sinceridad y amor, comprometerte a servir a los demás, atender sus necesidades, actualizar la palabra, vivir comprometido con el amor, la justicia, el bien, la responsabilidad, el servicio, la caridad, la generosidad, la superación de los egoísmos y la soberbia… signos que son expresión de lo que anida en lo más interior de nuestro corazón.
Pero la mejor ofrenda, esa que mayor agrada Dios, es el ofrecer a la persona que amamos o aquella que nos ha hecho daño. Personas, todas ellas hijas de Dios, que necesitan de nuestro amor. Porque si detrás de cualquier ofrenda hay amor, expresión máxima de Dios, habremos logrado autentificar nuestra ofrenda y habremos ofrecido a Dios el mayor don de nuestra vida.
Ponerse ante Dios, en el momento de la Eucaristía, con toda la sencillez y toda la humildad de lo que somos, de lo que poseemos, de lo que hacemos, con nuestros fracasos y nuestras alegrías, con nuestros anhelos y nuestras esperanzas, con nuestros deseos y nuestras necesidades, con nuestros éxitos y nuestros fracasos, con nuestras luchas y nuestras operaciones… es colocar ante Dios el sacrificio espiritual de nuestra propia vida.
¡Qué hermoso es en el sacrificio eucarístico inmolarnos a nosotros mismos y poner nuestro corazón contrito delante de Dios!

ofertorio

Hoy, en lugar de mi oración personal, propongo cuatro oraciones preciosas para la Misa:

Oración de San Ambrosio para antes de comenzar la Celebración Eucarística
Señor mío Jesucristo, yo pecador indigno, confiando en tu misericordia y bondad, vengo a tomar parte en este Banquete Santísimo del Altar.
Reconozco que tanto mi corazón como mi mente están manchados con muchos pecados; y, que mi cuerpo y mi lengua no han sido guardados cuidadosamente.
Por lo cual, Dios adorable, yo miserable pecador, en medio de tantas angustias y peligros, recurro a Ti que eres fuente de misericordia, ya que me es imposible excusarme ante tu mirada de Juez irritado. Deseo vivamente obtener tu perdón, ya que eres mi Redentor y Salvador.
A Ti Señor presento mis debilidades y pecados para que me perdones.
Reconozco que Te he ofendido frecuentemente. Por eso me humillo y me arrepiento y espero en tu misericordia infinita.
Olvida mis culpas y no me castigues como merecen mis pecados. Perdóname, Tú que eres la misma bondad. Amén.


Comunión Espiritual

Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los Santos. Amén.

Alma de Cristo
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del Costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh buen Jesús, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparta de Tí.
Del enemigo malo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Tí.
Para que con tus Santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.

Miradme, ¡oh mi amado y buen Jesús!,
postrado en tu prescencia; te ruego con
el mayor fervor imprimas en mi corazón
vivos sentimientos de fe, esperanza y
caridad, verdadero dolor de mis pecados
y propósito de jamás ofenderte, mientras
que yo, con el mayor afecto y compasión
de que soy capaz, voy considerando tus cinco
llagas, teniendo presente lo que de Tí dijo
el Santo Profeta David: «Han taladrado mis
manos y mis pies y se pueden contar todos
mis huesos.»

Acto de entrega de sí
Toma mi Señor, y recibe mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Tú me lo diste, a Tí, Señor, lo torno; todo es tuyo; dispón de ello conforme a tu voluntad. Dame tu amor y gracia, que esto me basta. Amén.

Alma de Cristo:

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