Observo a mi alrededor muchas personas que viven en la incertidumbre. El desasosiego se impone en sus vidas. La tristeza abona su existencia. Hay una cierta lógica porque los nubarrones que ha traído la pandemia no son para ir bailando salsa.
Lo peor que llevan muchos es esa distancia social entre los seres queridos, esa falta de abrazos, besos, darse la mano, no poder ver el rostro del ser querido por estar cubierto con una mascarilla. Falla la normalidad y casi todas las conversaciones acaban derivando hacia lo mismo, con tensión y malestar.
Llevo reflexionando sobre esta situación hace varios días. Desde que a principios de agosto sufrí una grave deterioro en mi salud del que todavía no me he recuperado y, desde hace dos semanas, porque me encuentro confinado por coronavirus. La vida la veo con otra perspectiva. Y está rebosante de esperanza. Sí, la situación que vivimos es incierta desde que se proclamó la pandemia hay miles, por no decir millones de personas, que llevan viviendo esta anomalía toda su vida. El covid no ha cambiado su vida porque la suya es una vida de pobreza, necesidades, incertidumbres, inseguridades, de sufrimiento, de dolor… desde el momento mismo de su existencia.
Es cierto que a muchos la pandemia les ha supuesto un maremoto que ha acabado con su salud, con sus ingresos económicos reducidos, con su trabajo finiquitado, con la pérdida de seres queridos, con su estabilidad emocional por los suelos, con sus nervios debilitados, con su estabilidad familiar rota… Todos ellos han de estar en nuestro corazón.
¿Qué podemos hacer en este tiempo de Adviento para derrotar la tristeza de ánimo que nos embarga? Vivir con mucha oración, con grandes dosis de esperanza, con buen sentido del humor, evitando la crispación, tratando de verlo todo desde el optimismo, recuperando la conciencia. Mirar lo que sucede desde la transcendencia, mirándolo todo no desde la inmediatez sino desde la perspectiva del más allá porque eso nos permite equilibrar nuestras propias fuerzas y medir nuestras debilidades. Hay que intentar seguir nuestra vida adecuándola a las circunstancias. No podemos quedarnos parados. Aprendiendo a amar los días de incertidumbre y comenzar a imaginarse viviendo la vida que deseas. La felicidad consiste en aprender a manejar la incertidumbres y para ello la la fe y la esperanza, abonadas en la oración, son los instrumentos más valiosos para estos tiempos de incertidumbre.

¡Señor, ayúdame a ver este tiempo como un tiempo del Espíritu, un tiempo para la confianza! ¡Ayúdame a orar con más intensidad para que el mundo encuentre en este tiempo de pandemia el valor significativo que tiene la Encarnación! ¡Señor, escucho como el soplo del Espíritu merodea en mis plegarias y me susurra que Dios me acompaña y que pronto se hará presente en el portal de Belén! ¡Gracias, Padre, porque este susurro, íntimo y personal, es un regalo de la providencia; este anuncio, como el del ángel a María, se proclama en lo íntimo de mi corazón, en la intimidad de mi ser, en la familiaridad de mi confianza, en la paciencia de mi escucha! ¡Señor, que este tiempo de encierro me aboque al silencio interior y pueda aprovecharlo con un corazón abierto a la esperanza! ¡Ayúdame a que sea un tiempo verdaderamente fecundo! ¡Aviva en mi la sed de la búsqueda, la capacidad de observar la realidad del mundo, la necesidad de mirar hacia mi interior y hacia el exterior! ¡Gracias, porque me invitas a vivir la Navidad como el acontecimiento más extraordinario de la historia junto a Tu Resurrección! ¡Gracias, Señor, porque la Navidad es la celebración del Dios hecho Hombre, es un hecho tan relevante y notorio que me exige ahondar en el silencio para interiorizar tanta belleza, tanta generosidad, tanto amor, tanta misericordia! ¡Mi corazón, Señor, sufre por el dolor pero a la vez exulta de acción de gracias y de bendición en un canto permanente de ¡Gloria, Aleluya!! ¡Señor, el Adviento es tiempo de espera y de entrega, yo te entrego mi debilidad, mi oración, mi ser y mi fragilidad! ¡En la intimidad del Adviento proclamo con alegría tu Gloria, Señor! ¡Amén!