Como cristiano… ¡soy misionero!

Como cristiano… ¡soy misionero! Este término tiene amplias acepciones. Tengo una misión, de hecho todos los bautizados la tenemos: proclamar la Buena Nueva. Soy misionero, es la manera más sencilla y humilde que se me ocurre de decir lo que creo, de vivir lo que experimento en mi corazón para intentar que quienes me rodean comprendan el misterio que me anima: ¡Jesucristo ha resucitado, en verdad ha resucitado! 

No pretendo que nadie caiga en las redes del proselitismo. Entiendo que ofrecer el Evangelio de Jesucristo es la misión de todo creyente; se trata de evangelizar el mundo y, sobre todo, de evangelizarme a mi mismo.Y desde mi a los demás. ¿No es mi familia un lugar principal de evangelización? ¿No son los que la forman actores de esta evangelización? ¿No es mi comunidad de vecinos un lugar interesante para la evangelización? ¿No es mi barrio un lugar preclaro donde anunciar a Cristo con mi amabilidad y con estallidos de solidaridad? ¿No es mi centro de trabajo un lugar de misión donde la alegría de ser cristiano dé testimonio de esta Buena Noticia recibida? ¿Por qué entonces limitar el alcance de la misión a la Iglesia misma y reducir los lugares de misión en mi vida?  

Como cristiano… ¡soy misionero! Y como misionero soy testigo. Testigo de que los sufrimientos que padeció Cristo tenían un sentido. Testigo de que Su Resurrección da sentido a mi historia humana. Testigo de mi constante conversión para recibir el perdón de Dios. Cumplir con la  misión que tengo encomendada solo está en mis manos a la luz del Espíritu. Pienso en la escena de los discípulos de Emaús: solo querían que se reconociera a Jesús para hacer de Él un transformador del mundo. Lo reconocen al partir el pan. Jesús les lleva a tener paciencia, a encontrar en sus dudas y dificultades la verdad, les acerca paulatinamente a la nueva realidad que los abruma por todos lados. En un momento determinado les hace experimentar la veracidad de su presencia corporal, invitándolos a «tocarlo», a «mirarlo», pidiéndoles un trozo de pan para comer. Al hacerlo, les da la experiencia de que es el mismo que ellos han encontrado en el camino. Y salen corriendo para anunciar lo visto. las instrucciones son claras: no se trata de desplegar “la alfombra roja” tras las huellas de Cristo. Lo que tenemos que construir es una carretera gigantesca para que todos los hombres puedan saltar al encuentro del Señor. Y para eso, debemos borrar ciertos prejuicios que tenemos contra los demás, contra la Iglesia, los obispos, los sacerdotes, contra los cristianos que no piensan como nosotros e incluso contra Dios. Se me invita a colaborar juntos en el proyecto de Dios que quiere salvar a su pueblo y mostrarle su gloria. La Iglesia retoma con fuerza el grito de los profetas: «Aquí está vuestro Dios que no deja de amaros». Debo dar testimonio de esta esperanza en mi entorno personal. Y eso exige poner a Cristo en el primer lugar de mi vida. Sí, la vida cristiana es una lucha cotidiana contra las fuerzas del mal. Pero no debo olvidar jamás que con Cristo Resucitado es el amor el que triunfa. Un día llegará el fin del mundo: habrá nuevos cielos y una nueva tierra. Lo importante es no quedarme parado, salir en misión, para lograr con mi pequeño granito de arena la plena realización de este gran proyecto de Dios: que lleguen a la eternidad el mayor número de personas.

¡En este mes de mayo, Señor, quiero ponerme en manos de tu Madre la primera misionera para que mi vida se convierta en una asistencia espiritual, humana y material a todos los que lo necesiten! ¡Concédeme la gracia de salir en misión para dar a conocer el amor que Dios siente por cada hombre, especialmente a los más necesitan de su misericordia! ¡Concédeme, Señor, la gracia de tomar conciencia de que mi misión como cristiano es darte a conocer, es que te amen, es que las personas que me rodean alcancen el conocimiento de la verdad, para que aspiren a la vida eterna y a la plena felicidad! ¡Señor, como bautizado, que sea capaz de hacer mía siempre tu máxima: “Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo”! ¡Señor, hazme misionero de tu Evangelio y lléname de la luz de tu Espíritu porque solo podré salir en misión bajo el impulso de tu Santo Espíritu, alma vivificante de la evangelización! ¡Abre, Señor, en todo momento mi mente y mi corazón para sostener mi misión desde el amor! ¡Fortalécela desde la oración y que mi oración sirva también para sostener a tantos que llevan tu Palabra al mundo! ¡Señor, que donde no puedan llegar mis manos y mis pies, llegue al menos mi plegaria de comunión de los santos! ¡Que no olvide nunca, Señor, que para anunciar el Evangelio son necesarias primero mis obras de amor, que mis palabras sean las tuyas, que mis gestos sean los tuyos y mis actitudes las tuyas! ¡Recuérdame en todo momento, Señor, que nada de lo que haga es fruto de mi persona sino que todo es expresión de la fuerza que viene de Dios! ¡Pon, Señor, por medio de María, mi vida al servicio de la misión para contribuir a darte a conocer y no a darme para ser aplaudido! ¡Y a Ti, María, Estrella de la Evangelización, en este mes que dedicamos a Ti, ayúdame a tomar conciencia de mi ser cristiano tan unido a la misión que Cristo nos pide en la Pascua!  

Con flores a María (Obsequio espiritual a la Santísima Virgen María)
María, Madre siempre atenta para cuidar a José y a Jesús: concédeme atender a todos, el olvido de mí, mi disponibilidad continua y ser servidor de los demás.
Te ofrezco: ser hoy más servicial en mi casa.

¿Por qué evangelizo?

Hablamos mucho de la necesidad de evangelizar. Se nos recuerda que nunca dejamos de evangelizar. La evangelización está en la naturaleza misma de la Iglesia: «¡Ay de mí si no evangelizo!», dijo con gran acierto y pasión San Pablo. Pero me pregunto con frecuencia: ¿Qué busco en la evangelización? ¿Prolongar un determinado sistema religioso cuyo poder se base en los números? ¿Mantener una cultura cristiana particular para luego permanecer y vivir en una perspectiva demasiado humana? ¿Vivir una fe muerta con el riesgo de dejarse conquistar por el espíritu sectario, con condicionamientos propios de una ideología o propaganda más o menos oculta?  

¿Por qué evangelizo? Evangelizo porque Cristo ha resucitado. Porque lo siento vivo en vida. Porque con Él en el corazón siento que mi vida es diferente. Porque el descubrimiento de Jesucristo y su Reino me hace comprender lo que Jesús dijo: «¡Tú eres la sal de la tierra, la luz del mundo!». ¿De verdad sabiendo que tantas veces soy frágil, tibio, no necesariamente inteligente o valiente? Sí, porque a la luz de la Resurrección puedo acoger sin temblar estas palabras de Jesús y recibir de Él las virtudes propias de la sal y la luz. Mi única arma real es el amor de Aquel que me dice: Yo estoy contigo.

Entonces ¿por qué evangelizo? Porque quiero dejar en el mundo la impronta del amor que se hizo viva el día de la Santa Cena: «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado a vosotros y amarás a tu prójimo como a ti mismo». Evangelizo porque la primera lengua de la religión es el servicio, la realidad del amor por los hermanos. Evangelizo porque es el Espíritu quien quiero que dirija mi vida y las de los que me rodean para que su poder se manifieste en mi fe y no descanse en la sabiduría humana sino en el poder de Dios que todo lo cambia y todo lo hace nuevo. Y, sobre todo, evangelizo porque a la Luz de mi bautismo quiero que muchos se acerquen a Aquel que es el camino, la verdad y la vida, que llena nuestro corazón de esperanza y lo hace todo nuevo.

Hoy la oración no es mía sino del cardenal John Dearden, escrita para los cristianos que trabajan en la evangelización :

«De vez en cuando, dar un paso atrás nos ayuda
a tomar una perspectiva mejor.
El Reino no sólo está más allá de nuestros esfuerzos,
sino incluso más allá de nuestra visión.
Durante nuestra vida, sólo realizamos una minúscula parte
de esa magnífica empresa que es la obra de Dios.
Nada de lo que hacemos está acabado,
lo que significa que el Reino está siempre ante nosotros.
Ninguna declaración dice todo lo que podría decirse.
Ninguna oración puede expresar plenamente nuestra fe.

Ninguna confesión trae la perfección, ninguna visita pastoral trae la integridad.
Ningún programa realiza la misión de la Iglesia.
En ningún esquema de metas y objetivos se incluye todo.
Esto es lo que intentamos hacer:
plantamos semillas que un día crecerán;
regamos semillas ya plantadas,
sabiendo que son promesa de futuro.
Sentamos bases que necesitarán un mayor desarrollo.
Los efectos de la levadura que proporcionamos
van más allá de nuestras posibilidades.

No podemos hacerlo todo y, al darnos cuenta de ello, sentimos una cierta liberación.
Él nos capacita a hacer algo, y a hacerlo muy bien.
Puede que sea incompleto, pero es un principio,
un paso en el camino,
una ocasión para que entre la gracia del Señor y haga el resto.
Es posible que no veamos nunca los resultados finales,
pero esa es la diferencia entre el jefe de obras y el albañil.
Somos albañiles, no jefes de obra, ministros, no el Mesías.
Somos profetas de un futuro que no es nuestro».

Evangelizar de la mano de María

Cuarto sábado de octubre con María, Madre de la Iglesia misionera, en lo más profundo del corazón. El domingo pasado celebramos el día del Domund. Esta semana que termina he ofrecido obras y oraciones por la Iglesia misionera y por aquellos amigos, sacerdotes o consagradas, que se encuentran allende de sus países de origen para dar a conocer a Cristo. Le he pedido a María que ilumine su labor y fortalezca su fe porque Ella fue la primera misionera. Siendo sagrario de Jesús durante su embarazo realizó la primera procesión de Corpus de la historia peregrinando en misión a la casa de su prima Isabel con la Buena Nueva de Cristo en su interior. 

El primer libro que integra el Nuevo Testamento que se escribió después de la muerte de Cristo fue la Carta a los Tesalonicenses. En ella San Pablo de lo que habla es de la transmisión de la fe, que se basa en la fe de los futuros misioneros, los que van más allá de si mismos para dar a conocer a Cristo. Como María, guiada por el Espíritu Santo a cumplir la misión de la Iglesia salen a dar a conocer a Cristo. La Iglesia desde su comienzo es consciente de que es una Iglesia misionera, ha asumido el mensaje relevante de la transmisión de la fe. Necesita transmitir el mensaje de Jesús. Esto nos permite entender la fiesta de la Iglesia misionera, con María como Mediadora, porque hay muchos países que no conocen el Evangelio; por tanto, nosotros, como Iglesia tenemos el gozo de transmitir a aquellas personas el valor del Evangelio, como nos ha cambiado la vida transmitiendo a Cristo; pero sería un error pensar que nuestra tarea evangelizadora solo se tiene que llevar a países lejanos. Entre nosotros en nuestras ciudades, en nuestros barrios, en nuestras comunidades de vecinos, en nuestra casa, entre nuestros amigos tenemos también tareas evangelizadoras. Conocemos personas que no han oído nunca hablar de Cristo, que han abandonado la Iglesia, que han tenido una mala experiencia con sacerdotes o laicos, que han dejado de creer y necesitan que se les vuelva a predicar los valores del Evangelio y su realidad. Quienes formamos la Iglesia tenemos la misión de mostrar y vivir nuestro cristianismo con sencillez, con humildad, con alegría, con un sentido pleno de la vida, con los valores profundos del Evangelio enraizados en nuestro corazón; el mejor testimonio es transmitir la alegría cristiana y darla a conocer a nuestros conciudadanos, sean familiares, amigos o compañeros de trabajo, que no conocen al Señor de la vida. 

Le pido a María que me ayude a que su Hijo sea el centro de mi vida y el fundamento de mi tarea misionera; que haga que todas las dimensiones de mi vida, con la fe por delante, estén iluminadas por Él y mi corazón me permita ser evangelizador del amor de Cristo con el fin de darlo a conocer a todos los que no le conocen.

¡María, Madre, tu fuiste la primera misionera de la historia de la Iglesia; llevaste en tu seno a Cristo y lo diste a conocer a tu prima santa Isabel, a los invitados en las bodas de Caná, a los pastores de Belén, en la vida cotidiana de Nazaret, a lo largo de la vida pública de Jesús, siendo soporte humano y espiritual de los discípulos desde el día de Pentecostés, ayúdame a llevar el nombre de Jesús entre todas las personas que conozco para que crean en la fe del Dios vivo! ¡Permíteme, María, imitarte siempre en tu apostolado de la vida con alegría, con humildad, con entrega, con generosidad, en tu entrega fiel y plena a Dios! ¡Que mi camino hacia Jesús sea a través tuyo! ¡Pongo en tus manos, Madre, Reina de las Misiones, a todos los hombres y mujeres que están en diferentes partes del mundo llevando la Palabra y el Espíritu de Cristo, transmitiendo la Verdad del Evangelio y la Buena Nueva de la esperanza! ¡Conviértete, Madre, en su protectora, llena su corazón de fe y de fortaleza para que sean testimonios vivos de las maravillas de Dios en el mundo! ¡Quiero aprender de la escuela de amor que representas tu, Madre, para convertirme también en un heraldo del Evangelio, para consagrarme plenamente como hiciste tu al Padre! ¡Ayúdanos a todos a caminar en la fe viva de Cristo, concédenos la gracia de dejarnos llenar por el Espíritu Santo, hacer fructífero nuestro servicio de amor y ser anunciadores coherentes y alegres del mensaje de salvación de Cristo!

Abrir el corazón para amar

Amar como Jesús va más allá de mis pobres capacidades humanas. Pero Jesús no ordena jamás cosas imposibles. Entonces solo queda una solución: Jesús nos regala su amor para que uno pueda amar como Él lo hace, amar al cónyuge como Él lo ama, amar a los padres como Él los ama, amar a los hijos como Él los ama, amar a los hermanos y hermanas como Él los ama.
Es lo que le pido hoy al Espíritu Santo, que eduque mi corazón a semejanza de los corazones de Jesús y de María. Le pido también al Inmaculado Corazón de María la gracia de ser, a pesar de mi pobreza humana, transmisor de amor; que no me desanime por cuenta de mis debilidades y de mi pequeñez. Todos somos pequeños instrumentos inútiles del Amor de Dios pero el poder de Jesús se desarrolla en nuestra debilidad. Soy consciente de que una de mis misiones como cristiano es avanzar en mi descubrimiento del Amor Divino y ser testigo de este Amor. El mundo está en peligro porque olvidamos con frecuencia a Dios, despreciamos sus leyes y vivimos sin su presencia. Pero este mundo, Dios lo ama y te envía al cambio interior para ir a evangelizar. Nadie puede convertir corazones porque solo el Espíritu Santo puede hacerlo, pero si es posible, por la gracia de Dios, ser testigos fieles de la fe. Se trata de ser testigo valiente del Amor de Cristo y dejarse guiar e inspirar por el Espíritu Santo que actúa a través del Inmaculado Corazón de María. Ser testimonio alegre y entusiasmado del plan de Dios para la familia, el amor, el trabajo, las relaciones humanas, la vida… El infierno está empeñado en destruir el trabajo de Dios, pero el infierno fracasará porque Dios es el Creador de la familia, el amor y la vida humana. Y somos muchos los que vamos a dejar la impronta de Dios en el mundo en el que vivimos.

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¡Abro, Señor, el corazón a tu gracia y pido que lo llenes de las gracias del Espíritu Santa para que nazca de mi interior el ánimo de testimoniar tu verdad, para ser luz y semilla que, al calor del Espíritu, de frutos abundantes! ¡Te doy infinitas gracias, Señor, porque por medio de tu Santo Espíritu, lo sigues creando todo, lo haces todo nuevo, lo conservas y lo embelleces para que cada uno de mis pasos no sean tan pesados y tristes sino que estén impregnados de alegría y esperanza! ¡Te bendigo, Señor, porque nos envías tu Santo Espíritu para que reine en nuestros corazones para fortalecer nuestra vida y guiarla y hacerla veraz según tu Evangelio! ¡Señor, te doy gracias por invitarme a abrir el corazón para recibir los dones del Espíritu para que me de la fuerza para luchar cada día por la verdad, por el amor, por la reconciliación, por el perdón y por la justicia, para ser luz que comprenda las necesidades ajenas, para ser apoyo y servidor del prójimo, para ser generoso para amar como amas Tu y no según mis criterios mundanos, para tener paciencia para esperar, llevar la fraternidad al prójimo, para hacerme sensible a las necesidades del que tengo cerca! ¡Hazme, Señor, sensible a la acción purificadora y transformadora de tu Espíritu para alumbrar en este mundo una nueva esperanza! ¡No permitas que el demonio me venza con las tentaciones y ayúdame a ser auténtico testigo de la fe! ¡Gracias, Señor, por regalarme gratuitamente tu amor porque yo lo quiero llevar a los demás aunque tantas veces, por mi pequeñez, me cueste tanto mostrarlo a los demás!

De la compositora italiana Maddalena Casulana disfrutamos hoy con su Morir non può il mio cuore:

Id, haced, bautizad y enseñad

Dios dio a su Iglesia cuatro tareas fundamentales: id, haced, bautizad y enseñad. Éstos cuatro verbos son el núcleo central del gran envío. A veces pensamos que hay que elegir entre uno de estos verbos pero la cuestión central de la evangelización gira en torno a hacer discípulos con estos cuatro principios. Envíar a los laicos y a los consagrados para que, yendo a diferentes rincones del mundo —desde el corazón de la propia familia al pinto más alejado del orbe— llenen de Cristo a más discípulos para que sean bautizados, enseñados, formados, llenos del Espíritu Santo y, finalmente, enviados también para cumplir su misión. Cuando la Iglesia está llena de vida, eso es lo que realiza siempre. Pero cuando no lo está, se encierra en sí misma. Pero Jesucristo tiene que ser propuesto de nuevo al mundo. Este es el anuncio de la Navidad pasada.
Nuestra misión es intentar atravesar esas corazas invisibles que rodea los corazones de tantos hombres y mujeres que están a nuestro alrededor y que, incluso, se sientan en los bancos de nuestras iglesias.
La misión de laico y del consagrado es trabajar para intentar crear espacios en los que las personas alcancen a conocer a Cristo como alguien vivo, despertar esa sed insaciable para que una vez lo hayan conocido podamos formarlos y convertirlos en discípulos de Cristo. Pero para ello es importantísimo intentar redescubrir de nuevo nuestra entidad cristiana y colocar la esencia del mandato del Señor en el centro de nuestra vida, en todo lo que hacemos, para que en el corazón de cada grupo eclesiástico, de cada comunidad, de cada parroquia, haya creyentes que vayan creciendo, madurando, comprometiéndose, aprendiendo, sintiendo todos aquellos dones, gracias y talentos que reciben de Dios, que que sientan la necesidad de servir y llegado el momento oportuno, cuando Dios quiera y como Dios quiera, convertirse en verdaderos apóstoles suyos.
Todo cristiano está llamado a proclamar esta Buena Nueva a todos los que no conocen a Cristo, a los que no conocen su iglesia y por eso la llamada del Papa Francisco de acudir a las periferias, a los ricos, a los desprotegidos, a los soberbios, a los pobres, a los que están encerrados en las paredes de sus hogares… es la verdadera llamada al apostolado. La Iglesia es apostólica y esa es su naturaleza y yo, como apóstol de Cristo tengo una misión concreta.

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¡Señor, te pido hoy por la iglesia misionera para que de sus frutos entre tantos corazones heridos! ¡Jesús, Dios Hijo, que dejaste tu trono por amor y que nos has amado hasta la muerte, dame fe firme, una esperanza gozosa, una confianza plena y un soplo de este amor tuyo que todo lo transforma! ¡Jesús, Dios Niño, hazme como Tu! ¡Señor, no tengas presente mis muchas miserias y mírame con misericordia! ¡Mira, Señor, a tantos que te necesitan; a esas multitudes que no te conocen o que tienen imagen equivocada de ti! ¡Envíales tu Espíritu y envíamelo también a mi para que sea capaz llegar a ellas para hablarles de tu ternura, de tu amor, de tu amistad o de tu misericordia! ¡Hazme alma misionera! ¡Líbrame de mis «yoes», hazme pequeño y extiende conmigo la mano para llegar al corazón del otro, que mi voz sea la tuya, que mis gestos sean los tuyos, que mirada sea la tuya! ¡Y como para evangelizar se necesita mucha santidad y mucho desprendimiento hazme santo, Señor! ¡No te lo pido, Señor, como gesto de egoísmo y vanidad si no por tantos a los que podría darte a conocer! ¡Que te vean a Ti en mi pequeñez!

En definitiva,  toda la tierra espera la llegada del Salvador. Y eso es lo que cantamos hoy:

La responsabilidad del enviado

Le pido a un amigo que de testimonio de su vida para llenar de Dios el corazón de personas que han caído en el alcoholismo. Él ha pasado por una situación similar. Es joven, rehabilitado, pero por esta situación su matrimonio se desmoronó. Dice sentirse incapaz, poca cosa. Indigno. Pero le convenzo diciéndole que él es un enviado, un enviado de la Palabra. Que todo enviado por el Señor se ve transformado y dignificado. Cuando uno es elegido la carga puede volverse pesada, asustadiza, dolorosa pero es a la vez purificadora y transformadora. Y todo enviado, con la fuerza del Espíritu Santo que siempre da alas, eleva sus capacidades.
Ser enviado para anunciar la Buena Nueva es un honor. Un honor inmenso. Quien es enviado para evangelizar únicamente anuncia que es Hijo de Dios, que Dios le ama, reconoce implícita y claramente en si mismo y en los demás esta gran dignidad. Y Dios le apoya. Y le confiere una naturaleza nueva. Le otorga una identidad especial. Esparce entre los que le rodean el perfume de la compasión. Sana las heridas y las amarguras de los que le escuchan. Ejerce simplemente el anuncio de la salvación. Deja testimonio de que Dios nos eligió para ser sus hijos amados. Para que la gloria de su gracia, de su amor y de su misericordia redunde siempre para alabarle.
Pero no sólo es un honor. Es también la constatación de que la gracia abundante de Dios se derrama sobre el hombre. Convierte en roca las tierras movedizas de la inseguridad. El enviado es consciente de que no son mérito suyo las capacidades para hacer llegar la Buena Nueva sino de la gracia y el amor infinitos del Padre.
Ser un enviado es, sin duda, un privilegio. Y tiene la gran responsabilidad de que es el mismo Dios quien confía en esa misión. Y toda misión es ser alabanza del Padre Creador por medio de la hospitalidad, del acogimiento, de la misericordia, del respeto, de la honestidad, de la verdad, de la compasión.
Todos los cristianos somos enviados porque todos somos hijos del mismo Dios. La pregunta es: ¿cómo puedo hoy, en mi mundo, en mi familia, en mi entorno profesional y social, anunciar con mi vida, ser un enviado del que el Señor pueda sentirse orgulloso?

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¡Jesús, Hijo del Padre, Tú nos pediste que fuéramos por el mundo a anunciar la Buena Nueva del Evangelio! ¡Dame la fuerza de tu Espíritu para cumplir fielmente esta petición tan extraordinaria! ¡Ayúdame, Señor, a ser consciente siempre de lo que supone ser un enviado tuyo para que el mundo conozca de tu amor, de tu Palabra y de tu misericordia! ¡Conviérteme, Señor, en un instrumento dócil en tus manos para que tu Reino se haga presente en mi familia, en mi entorno social y profesional, en mi comunidad parroquial y allí donde vaya! ¡Señor Jesús, el príncipe de las tinieblas se opone a mi trabajo, derriba todos los obstáculos que dificultan mi labor! ¡Te ofrezco, Señor, mi vida, mi pequeñez y lo poco que tengo como ofrenda para que llegue a tu Corazón Inmaculado! ¡Señor, bien sé que sin Ti nada soy, nada tengo, nada puedo! ¡Envía Tu Espíritu, Señor, para que todos los que te amamos y queremos anunciarte recibamos los dones que nos hagan dóciles a la Palabra! ¡Santa María, abogada de los hombres, Estrella de la Evangelización, que sabes de las dificultades que ocurren en este mundo ayúdanos a llevar el mensaje de Tu Hijo con valentía, con amor y con decisión!

Del compositor bohemio Jan Dismas Zelenka, maestro de la armonía y el contrapunto disfrutamos de su Caligaverunt, uno de sus célebres Responsorios para la Semana Santa:

¿Qué es evangelizar?

La tarea de cualquier apostolado no resulta sencilla y provoca, en ocasiones, mucha incomprensión alrededor. Pero, ¿Qué es evangelizar? Algo tan sencillo y complejo al mismo tiempo como colocar la Cruz de Cristo en el corazón de la vida. Quizá, más bien habría que decir que es descubrir que ya se encuentra allí ubicada, en el centro de todos los acontecimientos humanos. Que Cristo padece en todo sufrimiento del ser humano, de manera especial en los sufrimientos injustos que unos hombres acarrean a otros.
Situar la Cruz de Cristo en el centro de la vida supone anunciar con valentía, alegría y riesgo, que Dios ama la vida y a todas las criaturas que ha creado. Ocurre así porque la Cruz es el Amor (con mayúsculas) que derrota la muerte y que apuesta por la vida. La Cruz, no lo olvidemos, es el Amor que no niega nada necesario para dar vida al mundo.
Un creyente que crea en Jesús no puede comunicar o anunciar la Vida (también con mayúsculas) si no es capaz de morir en el mismo acto de comunicar y anunciar. Esto implica que cualquier testimonio evangélico se convierta en la primera y más eficaz evangelización.
Si no surgimos del testimonio cualquier otro planteamiento evangelizador resultará inútil. La Palabra es posible comunicarla encarnada en las necesidades reales de los hombres y en su realidad concreta.
Pero además del testimonio hay que rezar. Orar para que el Espíritu Santo moré en nuestro interior e ilumine nuestro camino.
Evangelizar es, por tanto, compartir el Amor de Dios con quienes más lo necesitan. Y amar al prójimo, y amar a quien Dios ama por mucho daño que nos haya causado, y amar a Dios y amar en Dios. Y hoy me pregunto: ¿estoy verdaderamente preparado para tan sublime misión?

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¡Qué gran tarea nos tienes encomendada, Señor, a quienes te conocemos! ¡Te doy gracias, Dios mío, porque me siento amado por Ti pese a mis muchas miserias! ¡Porque te compadeces de mi por ser como soy! ¡Gracias, Señor, por querer curar mi corazón repleto de heridas! ¡Gracias, Padre bueno, porque compartes con un amor misericordioso mis cruces personales, las de mis límites y pobrezas radicales! ¡Señor, eres la Gracia que necesita mi debilidad reconocida y por eso me abandono a tu Misericordia infinita para compartir contigo todas mis cruces y las de los míos! ¡Que la sabiduría de la Cruz sea para mi un modelo a seguir! ¡Que no me canse de contemplar tu Cruz, Señor, para irradiarla en los demás! ¡Que dedique mis mejores momentos a contemplarla para que todos sus principios me sostengan, reconforten y pacifiquen y sea capaz de transmitirlos a los demás! ¡Que mis actos no afeen jamás el bellísimo significado de Tu Cruz para que, sostenida a ella, me lance al mundo a exclamar con orgullo: «¡Jesucristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!»!

Acompaño esta meditación con Woefully arrayed, una bellísima obra del compositor inglés William Cornysh, de la época de los Tudor, que versa sobre el sufrimiento de Cristo en la Cruz. Muy adecuada para el tema de hoy.