Como cristiano… ¡soy misionero! Este término tiene amplias acepciones. Tengo una misión, de hecho todos los bautizados la tenemos: proclamar la Buena Nueva. Soy misionero, es la manera más sencilla y humilde que se me ocurre de decir lo que creo, de vivir lo que experimento en mi corazón para intentar que quienes me rodean comprendan el misterio que me anima: ¡Jesucristo ha resucitado, en verdad ha resucitado!
No pretendo que nadie caiga en las redes del proselitismo. Entiendo que ofrecer el Evangelio de Jesucristo es la misión de todo creyente; se trata de evangelizar el mundo y, sobre todo, de evangelizarme a mi mismo.Y desde mi a los demás. ¿No es mi familia un lugar principal de evangelización? ¿No son los que la forman actores de esta evangelización? ¿No es mi comunidad de vecinos un lugar interesante para la evangelización? ¿No es mi barrio un lugar preclaro donde anunciar a Cristo con mi amabilidad y con estallidos de solidaridad? ¿No es mi centro de trabajo un lugar de misión donde la alegría de ser cristiano dé testimonio de esta Buena Noticia recibida? ¿Por qué entonces limitar el alcance de la misión a la Iglesia misma y reducir los lugares de misión en mi vida?
Como cristiano… ¡soy misionero! Y como misionero soy testigo. Testigo de que los sufrimientos que padeció Cristo tenían un sentido. Testigo de que Su Resurrección da sentido a mi historia humana. Testigo de mi constante conversión para recibir el perdón de Dios. Cumplir con la misión que tengo encomendada solo está en mis manos a la luz del Espíritu. Pienso en la escena de los discípulos de Emaús: solo querían que se reconociera a Jesús para hacer de Él un transformador del mundo. Lo reconocen al partir el pan. Jesús les lleva a tener paciencia, a encontrar en sus dudas y dificultades la verdad, les acerca paulatinamente a la nueva realidad que los abruma por todos lados. En un momento determinado les hace experimentar la veracidad de su presencia corporal, invitándolos a «tocarlo», a «mirarlo», pidiéndoles un trozo de pan para comer. Al hacerlo, les da la experiencia de que es el mismo que ellos han encontrado en el camino. Y salen corriendo para anunciar lo visto. las instrucciones son claras: no se trata de desplegar “la alfombra roja” tras las huellas de Cristo. Lo que tenemos que construir es una carretera gigantesca para que todos los hombres puedan saltar al encuentro del Señor. Y para eso, debemos borrar ciertos prejuicios que tenemos contra los demás, contra la Iglesia, los obispos, los sacerdotes, contra los cristianos que no piensan como nosotros e incluso contra Dios. Se me invita a colaborar juntos en el proyecto de Dios que quiere salvar a su pueblo y mostrarle su gloria. La Iglesia retoma con fuerza el grito de los profetas: «Aquí está vuestro Dios que no deja de amaros». Debo dar testimonio de esta esperanza en mi entorno personal. Y eso exige poner a Cristo en el primer lugar de mi vida. Sí, la vida cristiana es una lucha cotidiana contra las fuerzas del mal. Pero no debo olvidar jamás que con Cristo Resucitado es el amor el que triunfa. Un día llegará el fin del mundo: habrá nuevos cielos y una nueva tierra. Lo importante es no quedarme parado, salir en misión, para lograr con mi pequeño granito de arena la plena realización de este gran proyecto de Dios: que lleguen a la eternidad el mayor número de personas.
¡En este mes de mayo, Señor, quiero ponerme en manos de tu Madre la primera misionera para que mi vida se convierta en una asistencia espiritual, humana y material a todos los que lo necesiten! ¡Concédeme la gracia de salir en misión para dar a conocer el amor que Dios siente por cada hombre, especialmente a los más necesitan de su misericordia! ¡Concédeme, Señor, la gracia de tomar conciencia de que mi misión como cristiano es darte a conocer, es que te amen, es que las personas que me rodean alcancen el conocimiento de la verdad, para que aspiren a la vida eterna y a la plena felicidad! ¡Señor, como bautizado, que sea capaz de hacer mía siempre tu máxima: “Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo”! ¡Señor, hazme misionero de tu Evangelio y lléname de la luz de tu Espíritu porque solo podré salir en misión bajo el impulso de tu Santo Espíritu, alma vivificante de la evangelización! ¡Abre, Señor, en todo momento mi mente y mi corazón para sostener mi misión desde el amor! ¡Fortalécela desde la oración y que mi oración sirva también para sostener a tantos que llevan tu Palabra al mundo! ¡Señor, que donde no puedan llegar mis manos y mis pies, llegue al menos mi plegaria de comunión de los santos! ¡Que no olvide nunca, Señor, que para anunciar el Evangelio son necesarias primero mis obras de amor, que mis palabras sean las tuyas, que mis gestos sean los tuyos y mis actitudes las tuyas! ¡Recuérdame en todo momento, Señor, que nada de lo que haga es fruto de mi persona sino que todo es expresión de la fuerza que viene de Dios! ¡Pon, Señor, por medio de María, mi vida al servicio de la misión para contribuir a darte a conocer y no a darme para ser aplaudido! ¡Y a Ti, María, Estrella de la Evangelización, en este mes que dedicamos a Ti, ayúdame a tomar conciencia de mi ser cristiano tan unido a la misión que Cristo nos pide en la Pascua!
Con flores a María (Obsequio espiritual a la Santísima Virgen María)
María, Madre siempre atenta para cuidar a José y a Jesús: concédeme atender a todos, el olvido de mí, mi disponibilidad continua y ser servidor de los demás.
Te ofrezco: ser hoy más servicial en mi casa.