Contra la falsedad, mucho Espíritu Santo

Cada año en este día se celebra la Jornada Mundial contra la Falsificación y la Piratería, iniciativa fundada en 1988 por el Grupo Mundial de Lucha contra la Falsificación para dar a conocer los daños causados por la violación de la propiedad intelectual, la suplantación de identidad y las amenazas a la privacidad y la reputación online. No es un tema baladí porque encabezan el ranking de violaciones en Internet.
He pensado: ¡que apropiada sería esta jornada vivirla cada día a la luz del Espíritu cuando tantas veces suplantamos nuestra autenticidad para quedar bien, amenazamos la reputación del otro con juicios ajenos y violamos su propiedad intelectual cuando menospreciamos sus valores y socavamos su dignidad!
Las personas, y especialmente los cristianos, somos muchas veces falsos cristos, faltos apóstoles, falsos discípulos, falsos hermanos, falsos cristianos porque nos falta la autenticidad y la verdad en nuestros gestos, palabras, acciones y pensamientos.
El mejor antídoto contra la falsificación de la propia vida como cristianos es recibir la fuerza del Espíritu Santo.
No somos conscientes de que nuestras acciones perjudican el proyecto de Dios, que nuestra falta de caridad y de amor, de ir a la nuestra no andan al proyecto de Dios. Es el Espíritu Santo con sus siete dones el que te otorga la sabiduría para acercarte a la voluntad divina.
Contra nuestra incapacidad para orientar nuestra vida hacia el bien, para tomar las decisiones correctas, para discernir las sendas de las bondad, para distinguir entre lo bueno y lo malo, el don de Consejo.
Contra el juzgar el prójimo, el compararse con él, para el vivir en la soberbia de creerse mejor a todos, al llevar una vida autosuficiente, para aprender a escrutar en la verdad de Dios, para iluminar nuestra vida con las verdades divinas, para abrir nuestro corazón a la verdad y no el pecado, el don de Entendimiento.
Contra la tendencia natural a confundir lo aparente de lo verdadero y ser consciente siempre de cuáles son los pensamientos de Dios para con nosotros, el don de Ciencia.
Contra la tendencia a falsificar nuestra realidad por intereses tacticistas frente a los demás y para estar abierto a la voluntad de Dios en nuestra vida, tratando de obrar, actuar y servir como lo haría el mismo Cristo, llevando a su vez una vida de oración con el corazón abierto, el don de Piedad.
Contra la mentira para hacer creer a los otros lo que no somos o simplemente para contentarlos, para salir del paso, para evitarse conflictos o problemas o para huir de la realidad; para ser valientes y afrontar la realidad de la vida, los problemas y las circunstancias adversas, el don de Fortaleza.
Contra la actitud de enfrentarse al prójimo y no respetarle, a juzgarle y condenarle; al apartarse de los caminos del Señor y no cumplir su voluntad, el don de Temor de Dios.
En este Día Mundial contra la Falsificación y la Piratería, me pregunto: ¿qué falsedades hay en mi corazón que deben ser cambiadas y transformadas a la luz del Espíritu? ¿Soy consciente de que a la luz del Espíritu aborreceré la falsedad y caminaré a la luz de la verdad, de la libertad y de la autenticidad! ¡Hoy voy a celebrar esta jornada, pero lo haré a la luz de la invocación constante al Espíritu de Dios, el que todo lo impregna de verdad!

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¡Señor, que cada paso que yo dé, que cada palabra que pronuncie, que cada pensamiento que tenga, que cada gesto que realice, que cada acción que cometa esté siempre impregnada de veracidad y de amor! ¡Señor, toma mi mente, mi alma, mi corazón, mis sentimientos y mi voluntad y elimina de su interior todo aquello que no te agrada y límpialo de toda falsedad! ¡Padre, por medio de tu Santo Espíritu, toma el control de mi corazón y de mi alma, examíname siempre y guíame para que pueda caminar en el poder de tu Espíritu para convertirme siempre en una persona íntegra, digna de Ti! ¡Concédeme la gracia, Padre, a la luz del Espíritu Santo de buscar siempre lo que es justo y bueno y discernir siempre Tu voluntad! ¡No permitas, Padre, que haga el mal para obtener un bien, que siempre mis acciones con los demás estén presididas por la verdad, que actúe siempre en caridad, con respeto al prójimo y sin herir su conciencia y su persona porque eso es pecar contra Ti! ¡Envía Tu Espíritu Señor, para que me ayude a tener siempre una conciencia recta y veraz! ¡Ilumíname siempre, Señor, con Tu Palabra para que sea luz que guíe mis pasos! ¡Ayúdame, Señor, a asimilarla siempre a la luz de la fe y de la oración! ¡Señor, Tú conoces hasta el más recóndito rincón de mi corazón! ¡Ayúdame a ser cada día mejor!

¿Pero qué es ser feliz?

En una larga espera en un aeropuerto deambulo entre librerías disfrutando de las novedades editoriales. Muchos libros todavía no se han traducido en mi país por lo que son una novedad interesante por conocer. Tomo aquellos que me llaman la atención por la portada, o por el autor o por el tema. Leo con atención las contraportadas. Me sorprende un fenómeno. En las librerías de los aeropuertos la mayoría de los libros son novelas o títulos de autoayuda. En la lista de las obras de no ficción más vendidas seis de ellas corresponden a guías de iluminación espiritual, de crecimiento personal y de terapias alternativas que te aseguran él éxito hacia la felicidad… ¿Seguro?
Estas obras de desarrollo personal intentan convencer al lector de que leyéndolas serán capaces de ver sus inquietudes, problemáticas y conflictos con una mirada nueva de una manera directa, práctica, simple y sanadora. Estos títulos surgen porque hay un anhelo del ser humano para alcanzar la felicidad. Eso brota de lo más íntimo del hombre.
¿Pero qué es ser feliz? ¿Lo eres tu, querido lector? La respuesta no es sencilla porque hay tantas respuestas como corazones humanos: ¿Vivir bien? ¿Gozar de salud? ¿Ver contentos a tus seres cercanos? ¿Disfrutar de la vida? ¿No sufrir penalidades o calamidades? ¿Tener un trabajo estable? La pregunta es: ¿Es esta la felicidad verdadera?
Yo me pregunto muchas veces si puedo ser capaz de imitar la felicidad de Jesús, un hombre cuya vida estuvo presidida por las dificultades y que padeció una muerte indigna en la cruz acusado y tratado como un mero delincuente. Y aún así todo Él, como recogen los Evangelios, está impregnado de amor, de bondad, de gozo, de serenidad, de paz interior, de esperanza, de optimismo, de generosidad. Jesús era el paradigma del hombre feliz. El que no tenía nada pero lo tenía todo.
Entonces ¿qué es ser feliz? Es, por ejemplo, ¿creer en la promesa que viene de Dios como hizo María a pesar de las consecuencias que esta decisión comportó en su vida?; ¿es estar atento a la Palabra y confiar en el Señor, como se recita en Proverbios?; ¿es cumplir las prescripciones de Dios y buscarlo con el corazón abierto como canta el bellísimo Salmo 119?; o ¿cuando examinas tu propia conducta y encuentras en ti mismo y no en el prójimo un motivo de alegría y satisfacción como recomienda san Pablo en la carta a los Gálatas?; o como dice san Lucas cuando acogemos la Palabra de Dios y la guardamos en el corazón; o cuando nos alegramos siempre en el Señor, como se recita en la Carta a los Filipenses… Pero la felicidad máxima es una propuesta del mismo Jesús. Es la que Él mismo vivió. Nada tiene que ver con lo material ni lo existencial. No es la felicidad pasajera de las pasiones y del mundo. Es una felicidad en apariencia difícil de lograr pero que llena a espuertas el corazón humano. Es la capacidad de amar y de ser amado. La máxima expresión de la felicidad es sentir que eres amado por Dios y poder darlo a los demás. Y la gran escuela de la felicidad se resume en las Bienaventuranzas. Por eso Cristo fue inmensamente feliz porque su vida no fue más que una completa donación de sí mismo a Su Padre y a los demás. La plasmación práctica de las Bienaventuranzas. Una vida plena impregnada por el amor. Es paradójico pero esta felicidad no se recoge en ninguno de los libros de autoayuda que puedas encontrar en una librería de una ciudad o de una aeropuerto. Pero es la única que te asegura la felicidad.
Yo me pregunto ahora si soy feliz. Y la respuesta es que lo soy. Y no porque mi camino sea un camino fácil ni sencillo. Lo soy porque a pesar de todas las circunstancias siento de manera profunda, cierta y misericordiosa en lo más íntimo de mi corazón el amor que Dios siente por mí. Un amor gratuito y fiel y porque siento también ese amor de Cristo que ha donado la vida por mi, al que puedo recibir cada día en la Eucaristía y me ha donado la Palabra para crecer en mi camino pobre y humilde hacia la gloria celestial. Un camino que me muestra el sentido del amor y me hace entender —y tratar de vivir— aquello del «bienaventurados los…». ¡Y esto me llena de una profunda alegría y felicidad!

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¡Señor, gracias por el legado de la Bienaventuranzas porque me hacen comprender que la felicidad se alcanza desde el amor y con el amor! ¡Gracias por tu mensaje, Señor, por tus enseñanzas, porque me muestran el camino hacia la felicidad del corazón! ¡Gracias, porque me permite comprender que solo puedo ser feliz en una donación total de mi mismo abriendo el corazón a los demás de par en par como hiciste tu en gestos cotidianos de gratuidad y de amor! ¡Gracias, Señor, porque dándome me desquito de las ambiciones, del egoísmo, de la soberbia… para acercarme más a ti y a los demás! ¡Gracias, Padre, por tu amor incondicional, por tu amor misericordioso y paciente, gracias porque siento que camino entre tus manos; gracias porque tu presencia en mi vida me hace sentir paz y serenidad y ser feliz! ¡Gracias, Señor, porque tu presencia en mi vida no permite que nada me altere pese a los problemas y las dificultades! ¡Gracias, Padre, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Señor, hoy me propongo eliminar del corazón todo aquello que me aparta de ti y de los pensamientos tristes, de los lamentos y te alabaré agradeciéndote la alegría que nace de Ti! ¡Y ante las pruebas y problemas recordaré tus promesas que ponen a prueba mi voluntad de alcanzar la felicidad porque contigo nada temo! ¡Hoy caminaré confiado porque tu, Señor, estás conmigo en todos los momentos de tu existencia! ¡Hoy más que ayer quiero mostrar al prójimo que soy feliz porque tu presencia en mí corazón lo impregna todo de felicidad!

 

Ser inmune a la crítica

No todas las personas desean nuestro bien. Puede, incluso, que digan o hagan cosas que nos perjudican o nos hagan sentir mal.
Cualquier falso testimonio, una mentira, una acusación no justificada, una difamación o una actitud disciplente provoca dolor y desgarro y es causa de profundas heridas que traspasan el corazón y provocan zozobra y desánimo interior. Todos preferimos estar con aquellos que nos apoyan y que permanecen a nuestro lado para levantarnos, acompañarnos y bendecirnos, gentes que nos desean lo mejor y no están guiados por los celos, la envidia o el rencor.
Sin embargo, hay que aprender a dejar a los pies de la cruz todo comentario injusto o cualquier actitud dañina. Desde la cruz todo se eleva a las manos de ese Dios que es juez justo. Y, aunque es difícil, un cristiano debe ser ejemplo de perdón, de generosidad y de misericordia. Ser consciente de que debe sembrar el bien porque esta es la misión del hombre por voluntad de Dios.
Olvidamos con frecuencia pedirle a Dios ser inmunes a la crítica, al comentario viperino, al juicio injusto para que no nos distraiga de los planes maravillosos que Él tiene pensado para cada uno. El príncipe del mal busca remover el corazón, tensionar la vida, crear odio y rencor, pero como dice el salmo el Señor pone siempre las cosas en su debido lugar y exalta al fiel con su favor.

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¡Señor, cuando me critiquen o me juzguen, aunque tengan razón por mis comportamientos erróneos, que no me ofenda y sana las herida de mi alma! ¡Hazme libre de toda crítica para mejorar y crecer a tu lado! ¡Lléname, Señor, de tu Espíritu Santo para seguir cada día creciendo, avanzando y gozando de todas tus bendiciones! ¡Señor, ayúdame a caminar con paso firme, a tu lado, para deleitarme de tu presencia y de tu amor, para avivar el fuego de los dones que por medio de tu Santo Espíritu pones en mi vida con el fin de utilizarlos para hacer el bien, para servirte con rectitud y para convertirme en una gran bendición para todos aquellos que me rodean! ¡Concédeme, Señor, la gracia y el amor para tener el don de perdonar a los que me juzgan, a los que me afligen o me critican, ayúdame a perdonar y bendecir cualquier agravio recibido! ¡No permitas, Señor, que de mi boca salgan juicios y críticas que hieran y hagan daño, sino más bien que sepa ver lo bueno que hay en los demás!

¿Gracias a Dios? ¡Pero si es fruto de mi esfuerzo!

En un encuentro con un empresario hecho a sí mismo —algo, sin duda, meritorio— dedica parte de su tiempo a alardear de sus éxitos, de sus deportivos, de sus relojes, de sus viajes de lujo, de su mansión con piscina, de los excelentes vinos que atesora su bodega, de sus… «¿Ya le das gracias a Dios por todo lo que tienes?», le pregunto. «¿Gracias a Dios? ¡Pero si me lo he conseguido con mi propio esfuerzo! ¡Yo a Dios sólo le pido que me solucione los problemas!», responde.
Vivimos inmersos en una dinámica cuyo eje de pensamiento y criterio de actuación es acaparar, conseguir el mejor salario, ganar dinero, poseer, disfrutar de todas las comodidades y satisfacciones. Son muchos los que, sin aventurar a aceptarlo y menos a confesarlo abiertamente, el centro de su vida, lo determinante, lo crucial y lo definitivo es adquirir bienestar material, alardear de ello y conseguir un prestigio social que abra las puertas de lo mundano. Eso es lo que da la seguridad. Para lograrlo se es capaz de cualquier cosa, de sacrificios inimaginables y de llevar a cabo renuncias que desde una perspectiva racional son un sinsentido. Actuar así exige pasar por encima de todo y de todos, servirse del prójimo, de la realidad de uno mismo e, incluso, de lo más sagrado que tiene el hombre: la dignidad.
Me impresiona la imagen del Señor, ejemplo de serenidad, cordura y mesura, fustigando con furia a los mercaderes y a los compradores del templo con un azote en las manos. Desde la lógica divina esta actuación —en apariencia desmedida del Señor— tiene un sentido profundo. Jesús no acepta a aquellos que, incluso en la intimidad de la oración, no hacen más que buscar el interés propio, viven preocupados por su propio negociado. Ese es su único interés.
Se entiende así la coherente reacción del Señor cuando convertimos la casa de Dios en un centro comercial de intereses propios, cuando nos acercamos o vivimos con un espíritu, un comportamiento y unas actitudes meramente mercantiles, en la que no priman más que nuestros propios intereses. Todo supeditado a nuestro yo. Ninguna relación que no esté basada en el amor es auténtica. Por eso, la relación filial con Dios Padre pierde su autenticidad y se convierte en un interesado sentimiento de utilización cuando todo queda mediatizado por la obtención de ventajas, intereses o ganancias egoístas, no importa del tipo que sean y se deja de lado el amor.
Es una quimera tratar de comprender mínimamente algo del amor, del afecto, del cariño, de la generosidad, de la entrega, de la ternura, de la acogida que Dios hace a cada uno de sus hijos cuando uno se mueve por esta vida mercadeando con todo, vendiendo intereses y comprando voluntades, en ese afán por negociar el bienestar propio, la propia seguridad, la falsa felicidad, la prosperidad ficticia y, lo que es más importante, la propia salvación.
Para Dios lo sagrado son las personas, fruto de su creación; es la vida, es el amor, es la justicia, es la generosidad, es la paz y, en cambio, los cristianos con tanta frecuencia ponemos más interés, más entusiasmo y más pasión y respeto en los símbolos que en la realidad que nos toca vivir. ¿Por qué no sacrificar más nuestros intereses personales y poner más atención en las cosas de Dios?

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¡Señor, Tú eres la Luz que cada día da sentido a mi vida en medio de tanta oscuridad! ¡Señor, delante de tu mirada amorosa, llena de misericordia, necesito reconocer, con sencillez, con humildad, y con dolor, que muchas veces apago tu luz para intentar brillar por mí mismo! ¡Señor, tantas veces soy un individualista y un insolidario pensando sólo en mí mismo, en mis cosas, en mis proyectos, sin preguntarme por los problemas y los proyectos de los que me rodean! ¡Señor, perdona porque apago muchas veces la luz para buscar los focos de los aplausos ajenos, de la seguridad mundana, convirtiéndome en un esclavo de los elogios como si eso fuera lo más importante! ¡Señor, sabes que muchas veces apago la luz cuando no soy capaz de transmitir tus valores a los que me rodean porque pienso en cosas que son más importantes! ¡Señor, hazme entender que la felicidad está en Ti y en otros lugares! ¡Señor, enciende la luz de mi vida para hablar con verdad y vivir con autenticidad cristiana pues sabes que muchas veces me encierro en mi vacío interior, haciendo oídos sordos a las necesidades de los demás preocupado como estoy por no perder mi bienestar! ¡Señor, enciende la luz en mi corazón cuando veas que no soy un buen samaritano, ni un buen apóstol, ni un buen misionero de tu Palabra, ni un orante amoroso o un servidor fiel, cuando no vivo el espíritu de las bienaventuranzas y no rezo de corazón el Padrenuestro!

Del compositor italiano Antonio Caldara disfrutamos hoy su sensible y armoniosa Sebben Crudele: