Todos buscamos tener una vida plena. Vivimos, nos despertamos por la mañana para ir al trabajo, acompañar a nuestros hijos pequeños a la escuela, luchamos denodadamente por ser alegres, para que nuestras acción estén impregnadas de bondad, para que nuestro trabajo esté bien hecho, para que nuestras relaciones sientan nuestro afecto y cariño pero ¡qué difícil es a veces encontrar la paz interior y la alegría! Me vienen a la mente y salen de mi corazón preguntas relevantes: ¿Por qué no soy capaz de amar? ¿No solo amar, sino amar como Jesús me amó a mí? ¿Cuál es el secreto para vivir el amor verdadero que nos otorga la alegría verdadera y cpnfiere significado a la vida?
Hay una frase de san Juan que dan respuesta a estas preguntas: ”Que mi gozo esté en ti, y ese gozo sea perfecto”; Jesús nos muestra el camino para ser verdaderos hombres, para realizar el plan de Dios en mi vida y para vivir en su alegría. ¡No olvidemos que Jesús nos da buenas noticias, buenas noticias, no malas noticias! Jesús me llama como soy, con mis fragilidades y debilidades, con mis heridas, con mis pecados. Una de las principales esclavitudes del ser humano es no aceptar la propia debilidad o las múltiples limitaciones que atesoramos. A menudo estamos demasiado preocupados por la perfección, por ser ya perfectos, pero Dios, nuestro Padre, ¡nos llama aquí, donde estamos y sobre todo como somos! Por eso Jesús nos dice: “Yo os he elegido”; a todos nos dice: confío en ti, creo en ti, porque eres un regalo de Dios. El otro día alguien me decía que los cristianos todavía vivimos según las reglas y consideraba que el Evangelio es un código con estándares limitativos. En realidad, el Evangelio es una persona, Jesús, que nos pide permanecer en su amor y unidos a Él porque somos sus amigos. Por eso tenemos la posibilidad de amar como él nos amó, es decir, con el mismo amor de Dios, como nos mostró Jesús cuando murió en la cruz. Se trata de acoger este amor y compartirlo con los demás. Está claro que Jesús no nos manda amarnos a nosotros mismos de manera humana, voluntarista, sino a través de nuestra humanidad. Nos invita a dejarnos atravesar y llevarnos por un amor que nos precede y que tenemos que recibir para poder transmitirlo. En otras palabras, se trata de dejar la iniciativa al Amor, que surge de un movimiento espontáneo de su naturaleza para difundir, entregar, dar, siempre que no le opongamos resistencia. Y este amor se convertirá en servicio, es decir, en un amor concreto y visible, porque el amor no es una idea. “No hay amor más grande que dar la vida por los que amas”, nos dice Jesús. Por eso Jesús nos recuerda que el amor es caridad concreta. Y el servicio prestado a los demás es la realización de nuestra realidad humana, creada por amor y para amar. Esto es vivir como cristiano en relación con los demás. Existe el riesgo de vivir fuera de la realidad dentro de nosotros mismos alejados de la realidad de la vida. Pero la humanidad se logra a través de las relaciones interpersonales. La humanidad está llamada a salir de sí misma. Amamos a Dios, pero desde que el Verbo se hizo carne, el servicio de Dios se identifica precisamente con el servicio del hombre al que el Señor quiso unir.
Sí, como cristiano estoy llamado a dar testimonio de que la vida tiene sentido sólo a través del amor fraterno, lo que demuestra también que soy —somos— Iglesia, es decir, comunidad fraterna. La idea es que se me reconozca en mi entorno si soy capaz de amar al otro y esto solo es posible si permanezco unidos a Cristo acogiendo su amor en mi corazón.

¡Te doy gracias infinitas, Señor, por amarme y por elegirme, porque me llamas a permanecer en Ti, por invitarme a ser tu discípulo, por darme a conocer lo que el Padre quiere que nos transmitas! ¡Señor, conoces plenamente mis deseos, mis gustos, mis planes, mis intenciones, mis debilidades y mis fragilidades y aún así siento lo mucho que me amas! ¡Te pido, Jesús, que no deje de estarte siempre agradecido contigo porque soy plenamente consciente de que nunca dejarás de darme tu ayuda, tu amor y tu gracia! ¡Tú, Señor, me invitas a la misión, me otorgas una misión en la vida y me envías a entrega a espuertas el amor que atesora mi corazón! ¡Quiero y espero darlo con calidad, con ternura, con generosidad, con humildad, imitándote a Ti en todo! ¡Te pido que me lleves donde están las personas que más lo necesitan y, sobre todo, también en los que tengo cerca! ¡A veces tendré dificultades, pero sé que no estoy solo porque Tu siempre estás a mi lado! ¡Y por eso me pongo hoy en tus manos, para que me ayudes a tener un corazón grande y bueno para ofrecerlo a mis hermanos; para tener siempre la palabra correcta y el consejo que puede llenar el corazón; una sonrisa y una mirada que expresen la comprensión que tienes hacia nosotros; y especialmente mi oración por los que sufren y tienen dificultades en su vida diaria! ¡Gracias, Señor, por invitarme a abrir el corazón y llenarlo de tu amor, de tu gracia y de tu misericordia!