La misión de Cristo le exigió llevar su cruz que, en realidad, es la cruz, el sufrimiento humano y la pobreza en toda su fealdad, para restaurar en nuestra humanidad caída la dignidad y la imagen divina enmascarada y desfigurada por el pecado.
El Cristo a quien seguimos y predicamos es un Cristo sufriente y crucificado, que no huyó de los desafíos de la adversidad y el sufrimiento. Es un Mesías que no tuvo miedo ni se avergonzó de ensuciarse, de hacerse pecado por nosotros los hombres y por nuestra salvación.
¿Cuáles son las implicaciones para mi hoy, en un mundo hedonista, donde la búsqueda frenética del bienestar individual y el placer ilimitado sienta las bases de una determinada cultura de la muerte? ¿En una civilización donde el hombre se ha convertido en un lobo para el hombre, donde la preocupación por el bienestar de la comunidad es de muy poca importancia para las conciencias y los programas de desarrollo? ¿Cuáles son las implicaciones en mi país donde los cristianos se mueven entre la idolatría, el sincretismo o se sienten dioses en minúsculas? ¿O donde el miedo al sufrimiento ha favorecido la eclosión de una determinada teología de la prosperidad? ¿En una Iglesia católica donde incluso los fundamentos básicos del ascetismo cristiano, como el ayuno, la oración y la limosna, son despreciados y, a veces, menospreciados?
Cristo, el Siervo sufriente y responsable, me pregunta de manera recurrente sobre mi identidad cristiana: “Para ti, ¿quién soy yo?” En otras palabras, ¿en qué situación te mueves en mi relación conmigo? ¿es para mi verdaderamente el Hijo del Dios vivo que vino a enderezar mis caminos, a veces demasiado humanos, demasiado carnales para estar unido a Dios? ¿Estoy dispuesto a abandonar mis miedos e inseguridades, mis caminos y mis esperanzas para que él los convierta en los caminos de Dios, es decir, los caminos de la vida verdadera?
Para ello, el Señor me invita a dejar los caminos trillados de una fe amorfa, febril, perezosa y narcisista y a abrirme a la fraternidad cristiana para hacer posible la vida en el otro.
Mi fe en el Dios de Jesucristo, que no es un Dios de muertos sino de vivos, no tiene derecho a ser una fe muerta. Su naturaleza y vocación es precisamente ser una fe viva y activa para dar al mundo el fuego de la vida.
Esta fe, llevada por la esperanza, no defrauda. Pero eso implica un despojo, una muerte en mi mismo, a mis egos y egoísmos, a mi seguridad artificial. En una palabra, debo dejar lo que me parece más preciado para entrar en la lógica de Dios y así convertirme realmente en colaborador confiables de la Buena Nueva de Salvación.
Supone también un valor profético para denunciar y combatir, en mi y alrededor mío, el mal en todas sus formas, para hacer posible la vida del otro, del hermano que nos interroga a través de su presencia inocente: “Por ti, mi hermano, mi hermana, para ti, ¿quién soy yo? ¿Un regalo de Dios o una basura para tirar?
Nuestro mundo de hoy necesita mártires, es decir, testigos, personas que estén dispuestas a seguir al Dios de Jesucristo hasta el final, sean cuales sean las consecuencias e implicaciones.
Solo entonces el mensaje será creíble. Ser sacramento, es decir, signo del Dios de la vida en y para un mundo dominado por la cultura de la muerte, es el desafío que todo cristiano debe asumir en su entorno. ¡Le pido al Espíritu que me ilumine por intercesión de la Virgen María, Nuestra Señora del Calvario, para ser siempre testigo de la verdad!

¡Padre, me has creado para la felicidad, para la libertad y para vivir conforme a tus enseñanzas! ¡Ayúdame a transformar el mundo con la ayuda de tu Santo Espíritu para expandir la auténtica verdad! ¡No permitas, Señor, que camine por la vida triste y cansado, no dejes que la esclavitud que ofrece el demonio en este mundo me lleve a ser uno más, una marioneta de un mundo donde impera la lógica de la mentira, de la falsedad, de las apariencias, de las máscaras y del individualismo! ¡No dejes que el relativismo se convierta en un paradigma de la verdad! ¡Transforma mi interior, Padre, por medio de tu Santo Espíritu, para ser capaz de percibir lo que es auténtico y transmitirlo a los demás; a estar siempre alegre y esperanzado para testimoniarlo al prójimo! ¡Padre, me has creado para la felicidad y para la libertad, ayúdame a ser valiente y a no conformarme con lo que el demonio quiere que tenga apariencia de verdad! ¡No dejes que viva según lo que me ofrece el mundo que siempre es efímero, esclavizante y dañino sino conforme a tu verdad! ¡Ayúdame a ir contracorriente para tratar de inculcar la lógica del Evangelio! ¡Concédeme la gracia de no tener miedo a ser auténtico, a vivir conforme la verdad! ¡Ayúdame a cultivar un mundo mejor en el que se haga visible tu presencia a través de la autenticidad!