Ayer acudí a la Eucaristía a una Iglesia a la que no había entrado nunca. Eramos pocos fieles y al ir a comulgar una persona delante mío abrió la boca para recibir la Hostia. Antes de darla, el sacerdote le dijo: «No la oigo». Y con fuerza, la mujer exclamó: «Amén». Cuando toco mi turno hice lo mismo, y antes de comulgar exclamé con firmeza: «Amén». Decir «Amén» no solo es decir «gracias», es decir «creo».
Es constatar que el pan y el vino son el cuerpo y la sangre de Cristo. Es aceptar con fe las palabras del Señor, quien es la Verdad. Cuando te deleitas con la comunión y el sacerdote levanta la Hostia y el cáliz no está haciendo un rito mágico. No hay prestidigitación, no hay fórmula mágica que transforme el pan en cuerpo como se cambia una piedra en pan… ¡esa es la propuesta del diablo en el desierto! Es Cristo mismo quien actúa y quien se hace presente. Él no se propone adquirir superpoderes a través de esto… se ofrece a que comulguemos con su cuerpo, llegar a ser uno en su cuerpo. Porque su cuerpo es el único cuerpo real.
Por eso no hay una porción individual, su propia hostia, su propio Jesús, para sí mismo. Las hostias pequeñas son sólo partes de la hostia grande partida en el altar. Él no se da sólo por mí que comulgo, sino por la gloria de Dios y la salvación del mundo. Por eso resuena tan hermoso el «Amén» antes de comulgar. La presencia real de Cristo está en la hostia consagrada, de manera sustancial y permanente, pero también en la persona del ministro, en su palabra y en la asamblea. Porque todos somos presencia real unidos a la asamblea-presencia real con pan y vino, presencia real en sustancia del mismo Cristo.
Cuando digo «Amén» antes de comulgar es para recordar que formo parte del cuerpo de Cristo, que distingo mi marca de cristiano, que no voy a comulgar por costumbre sino porque me siento atraído por la fe; porque necesito tener fuerzas para evitar el mal y hacer siempre el bien; porque quiero que Cristo entre en mi con un gran gesto de amor por mi parte; porque necesito de su consuelo, de su alivio, de su paz, de su amor, de su misericordia, de su ayuda; porque quiero que mi corazón se transforme y mi espíritu se renueve espiritualmente; porque quiero entregarle la carga de mis problemas y mis aflicciones; porque quiero que mi alma descanse en Él; porque necesito estar en comunión con Cristo; porque necesito de su alimento para mi vida espiritual; porque necesito que aumente la gracia en mi; porque me fortalece ante las tentaciones; que anhelo que mi vida humana esté unida a la vida divina…
Decir «Amén» no es dar solo las «gracias», es decir con rotundo amor: «Creo, Señor».
¡Amén, Señor, porque cada día quiero tener un encuentro personal contigo, con Dios Padre y con Dios Espíritu Santo! ¡Amén, Señor, porque quiero tener contigo un diálogo confiado y darte mi «sí» fiel y confiado! ¡Amén, Señor, porque cada vez que lo digo siento el consuelo en mi corazón que viene de Ti! ¡Amén, Señor, porque cuando lo pronuncio siento tu amor por mi! ¡Amén, Señor, para darte gloria en todo momento y en todo lugar! ¡Amén, Señor, porque a pesar de mis infidelidades y mis constantes negaciones, no dejas de llenar de gracias y de dones! ¡Amén, Señor, porque me demuestras en todo momento tu paciencia, tu inmensa misericordia, porque te haces constantemente el encontradizo conmigo, porque en la cruz me revelas la medida de tu amor! ¡Amén, Señor, porque me hace más firme en la fe! ¡Amén, Señor, porque me siento acogido por Ti, me siento seguro, siento que todo es verdad, autenticidad! ¡Amén, Señor, porque me permite seguirte y seguir tu ejemplo que fue un constante amén a la voluntad del Padre! ¡Amén, Señor, porque me llevas a darte el «sí» confiado ante tus múltiples iniciativas en mi vida! ¡Amén, Señor, porque diciéndolo me permite alabarte y glorificarte! ¡Amén, Señor, porque con esta simple palabra me lleno de alegría, expreso mi adhesión a Dios, siento tu presencia en mi corazón! ¡Amén, Señor, porque me hace entrar en una vida inmersa en el Amor eterno e inquebrantable de Dios! ¡Amén, Señor, porque me invita a vivir mi compromiso cristiano con coherencia! ¡Amén, Señor, porque me invitas a hacer de mis gestos buenas obras! ¡Amén, Señor, porque me invitas a seguir a la luz de Espíritu Santo tu Iglesia una escuela de oración y de amor! ¡Amén, Señor, porque diciéndolo con el corazón abierto pongo en mis labios la síntesis de tu Evangelio! ¡Amén, Señor, porque pronunciándolo te grito por la paz, para que cesen las guerras, para que la vida humana sea respetada en todos los lugares del mundo, para que haya esperanza en el futuro, para que cesen todos los conflictos humanos y políticos! ¡Amén, Señor, y santificado sea tu nombre, porque tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre! ¡Amén, Señor, amén y amén!