Pagar amor con más amor

Desde el comienzo de la Iglesia ha existido la devoción al Corazón de Jesús. Los primeros cristianos meditaron sobre el Corazón abierto de Jesús que derramó desde la cruz agua y sangre. En ese momento se produjo el nacimiento de la Iglesia y por medio de este Corazón amoroso y misericordioso se nos abrieron las puertas del cielo a la humanidad entera. Venerando el Corazón de Cristo veneramos también el Corazón mismo de Dios.  

Hoy es la festividad de la humilde religiosa de la orden de la Visitación a la que el Señor se le apareció y le mostró su Sagrado Corazón. Santa Margarita María de Alacoque tuvo el gozo de contemplar aquel Corazón rodeado de llamas de amor pero también el dolor de verlo coronado de espinas, observar como de aquella herida abierta brotaba la sangre de Nuestro Señor. Y, de ese Corazón amante, la santa tuvo ocasión de ver como desde el interior salía una cruz.  

Jesús le pidió que promoviera la devoción a su Sagrado Corazón con dos gestos: amor y reparación. Amor, por el inmenso amor que Él siente por la humanidad. Reparación para desagraviar su Corazón por los constantes desprecios, ignorancias e injurias que recibe, de manera especial en la Sagrada Eucaristía.

Este Corazón abierto es una invitación a descubrir el amor intenso y maravilloso que inspiró toda la vida de Cristo, que se entregó a sí mismo por pura donación. Un amor humano y divino, un amor de un corazón que fue traspasado para la salvación del hombre y la redención de sus pecados. Este el motivo por el que el Corazón de Jesús lo considera la Iglesia como el principal símbolo del amor con que Cristo ama a la humanidad. 

Hoy es un día que te invita a consagrarte a este Sagrado Corazón, a ponerte a su plena disposición, a servirle con amor y a entregarse a Él. Pagar amor con más amor y desagraviar su Sagrado Corazón.

¡Sagrado Corazón de Jesús, que te ocultas cada día en tantas iglesias del mundo en la Santa Eucaristía y todavía sufres por cada uno de nosotros, me consagro a Ti para pagar amor con más amor y desagraviarlo por tantos desprecios que sufres! ¡Sagrado Corazón de Jesús, te venero con profundo amor, con un afecto profundo y me entrego a Ti para cumplir siempre tu voluntad! ¡Sagrado Corazón de Jesús, llena mi pobre corazón de Ti, para que nada me separe de Ti, para que nade me aleje de tu presencia, para que buscándote halle siempre paz, misericordia y amor! ¡Sagrado Corazón de Jesús, te reverencio con gestos de humildad y de entrega, de confianza y esperanza, y lo único que deseo es darte gloria, venerarte, adorarte y glorificarte! ¡Sagrado Corazón de Jesús, que fuiste traspasado por amor quiero que te conviertas en la fuente de mi esperanza y de mi alegría! ¡Sagrado Corazón de Jesús, quiero corresponde con amor a tu amor misericordioso por este pecador! ¡Sagrado Corazón de Jesús, te pido la gracia de que reines en mi corazón, que reines en mi familia, que reines en mi trabajo, que reines entre mis amigos,  que reines entre mis grupos de oración, que reines en la humanidad entera! ¡Sagrado Corazón de Jesús, te pido que rompas las cadenas del demonio y nos lleves a la victoria final, a la derrota permanente del príncipe del mal! ¡Sagrado Corazón de Jesús, sé todo para mi! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío!

El camino de la fe siempre encuentra oposición

Último domingo de junio, mes del Sagrado Corazón de Jesús, ese corazón que lleva a la fe y a la esperanza. La fe no es una facultad humana, es un don de Dios. No se puede adquirir, viene de lo alto. No se puede construir, proviene de lo que escuchamos, y lo que escuchamos viene de la Palabra de Cristo.

Jesús ya lo dijo cuando secó aquella higuera e hizo la aplicación espiritual y profética de este milagro. Enseñó a su pueblo la fe en Dios y describió sus efectos. La fe no es pasiva, sino activa. La fe no se deja abrumar, es ella quien debe desbordarse. La fe no se deja detener, sofocar, paralizar, intimidar, es ella quien avanza, manda y se afirma.

Cuando te pones en contexto en los tiempos que nos toca mi vivir, uno comprende el valor que tiene la fe en su vida. Sin fe hoy es difícil avanzar y llegar muy lejos. Ante los peligros que nos acechan, ante la oposición silenciosa o vehemente del espíritu de estos tiempos que rechaza toda espiritualidad, que aboga por el individualismo y el hedonismo, que pervierte los valores, la fe en Dios actúa, no acepta ningún fracaso y se fortalece en las circunstancias más adversas. Cuando habita en el corazón del creyente, se estimula precisamente cuando las dificultades lo interpelan.

El camino de la fe siempre encontrará oposición. La Iglesia primitiva es el ejemplo y la prueba de ello. Cuando se desató la primera persecución contra los discípulos, toda la ciudad de Jerusalén se levantó contra ellos aleccionada por el clero. Pero la Iglesia, fuerte en su fe en Dios, imbuida del Espíritu de Cristo resucitado, triunfó sobre los obstáculos que se interpusieron en su camino; la resistencia y la oposición se convirtieron en un medio de influencia y extensión a lo largo del Imperio.

¡Siento lo importante que es la fe en mi vida! Cuando toda esperanza humana se desvanece, es la fe que la que me hace continuar adelante contra viento y marea, en la alegría y la paz de esta fe que ve la higuera secarse ante mis ojos y me permite exclamar con el corazón abierto: ¡Señor, dame tu Espíritu para que mi fe sea firme, valerosa, consciente y esperanzada! Es la fe la que me arraiga en la confianza, es la fe la que me hace consciente de que camino hacia la Verdad, es la fe la que se convierte en mi principio de acción, es la fe la que me hace proclamar mi condición de cristiano, es la fe la que abre mi corazón al prójimo, es la fe la que me sustenta en los avatares de cada día. La fe es ese aire que respiro que me permite hacer y lograr, de la mano de Dios, lo que me propongo para caminar hacia esa santidad, de la que tan alejado estoy. 

¡Sagrado Corazón de Jesús, te doy gracias por la fe que llena mi vida por medio del Espíritu santo, que me permite dirigirme a Ti para hablar contigo y expresarte mis deseos, mis sentimientos, mis necesidades y mis anhelos! ¡Sagrado Corazón de Jesús, gracias por mi fe, que me permite alabarte y agradecerte todo cuanto me acontece, y darte gracias por todo lo que haces en mi vida! ¡Sagrado Corazón de Jesús, gracias por mi fe, hazla firme e inquebrantable, fortalecida por tu presencia en mi, capaz de utilizarla para hacer el bien y proclamar tu Buena Nueva! ¡Sagrado Corazón de Jesús, gracias por mi fe, que me permite ir siempre de tu mano por los caminos de la vida, sobreponerme a las pruebas que se me presentan, afrontar con esperanza y confianza los desafíos que me abruman, relativizar los problemas que tengo! ¡Sagrado Corazón de Jesús, gracias por mi fe, que me aclaran las dudas que me sobrevienen, que me hacen ser más paciente y esperar tus obras en mi! ¡Sagrado Corazón de Jesús, gracias por mi fe, que me permiten vivir la vida con la idea de que sea un reflejo claro del amor que siento por Ti! ¡Sagrado Corazón de Jesús, gracias por mi fe, que me permite acudir al Espíritu Santo para pedirle sabiduría y fortaleza, claridad y confianza, esperanza y alegría! ¡Sagrado Corazón de Jesús, gracias por mi fe, que me hace consciente de que mi vida la tienes bajo tu control y que no soy indiferente para ti! ¡Sagrado Corazón de Jesús, gracias por mi fe, pero te pido que me la aumentes para no caer en tentación, en el desánimo, en la tristeza, en las adversidades de este mundo, para caminar en verdad, para controlar las situaciones difíciles y para atestiguar mi fe, mi confianza en Ti, y arraigar mi misión!

¡Guárdame, María, en tu Corazón Inmaculado!

Cuarto y último sábado de junio unido al Corazón Inmaculado de Maria. Revives en tu corazón los acontecimientos de la concepción virginal de Jesús en la Anunciación, de la Visitación de María a su prima Isabel con el canto del Magníficat del que la Iglesia ya no puede prescindir, de la Natividad del Verbo Encarnado en Belén, de la adoración de los pastores y la posterior de los Reyes Magos. Son escenas de una sobriedad y sencillez conmovedoras: todas tienen el núcleo común de que María guardaba todo en su Corazón. Todo lo que veía, oía, tocaba, sentía, en su naturaleza absolutamente perfecta donde vibraban todas las perfecciones divinas que le fueron encomendadas estaban llamadas a glorificar a Dios en todas las cosas y en todas las circunstancias. El Corazón de María fue así el lugar de encuentro de la Santísima Trinidad inclinada sobre su creación en espera de la Redención y de sus aspiraciones, gimiendo en este valle de lágrimas, como cantamos en la Salve Regina.

Y este Corazón Inmaculado de María, sede de la Sabiduría eterna, espejo de justicia y refugio de los pecadores, es el corazón de nuestra Madre. La primera gracia que Jesús concede a la humanidad pecadora y doliente representada por los pastores es el Corazón de su Madre. Más tarde, en el Calvario, dirá a María postrada al pie de la Cruz: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”, dándola no sólo a San Juan, sino a toda la humanidad a la que Él vino a salvar. Y le dirá a éste: «Aquí está tu Madre». Es un término magnífico que al Señor le gusta emplear para dirigirse o bien a su Madre –como en Caná–, bien a las mujeres a las que quiere hacer conscientes de su dignidad, de su humanidad, de su maternidad, de su misión.

El Corazón de María es el corazón de una Madre. ¡Y qué madre! ¡Una Madre destinada a ser Madre de Dios y Madre de los hombres, Madre de la Iglesia y de cada uno de sus hijos e hijas! Y la Virginidad de María como su Realeza vienen a embellecer aún más esta Maternidad, dándole un brillo y un encanto del que los mismos ángeles no alcanzan a captar toda la belleza. Sólo el Corazón de Jesús puede abrazar con una sola mirada esta perfección creada por la Santísima Trinidad en el grado más alto de creación por debajo de la Divinidad. Por eso la Iglesia sitúa la memoria del Inmaculado Corazón al día siguiente de la fiesta del Sagrado Corazón, para que no podamos separarlos en nuestra contemplación y nuestro amor.

¡Es tan fácil amar a María! ¡Es tan hermoso amar a una criatura tan perfecta y hermosa! Nada como la belleza de la Inmaculada Concepción. María es el ejemplo de mujer amable, bondadosa, amorosa, maternal. Hoy quiero consagrarme a su Corazón Inmaculado para agradecer a María su protección, para confiarle el futuro de mi vida, de mi familia, de mis amigos, de mis colaboradores en la empresa, de los miembros de mi ciudad, de mi país, de mi comunidad parroquial, de mis vecinos, del mundo entero, de la Iglesia entera, de los pobres, los enfermos, las personas y las instituciones en dificultad que están en primera línea en la feroz batalla espiritual que se libra ante nuestros ojos en el mundo y en la Iglesia. El Inmaculado Corazón de María es el Corazón de Aquella que es Refugio de los pecadores que somos todos. Y pedirle que Su Inmaculado Corazón sea nuestro refugio y el camino que nos lleve a Dios. Y como en Caná, estoy seguro de que esta intervención materna no fallará. Lo único que puede fallar es mi fe. Y precisamente por eso María, en Fátima, se hizo tan insistente para que los hombres nos refugiáramos en su Corazón Inmaculado que suple toda nuestra falta de fe y de esperanza para dirigir nuestra mirada a Dios. Por tanto, le pido a María que me guarde en su Inmaculado Corazón.

Mi oración es por tanto la que la Iglesia propone como Acto de Consagración al Corazón Inmaculado de María:

Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación, recurrimos a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces, nada de lo que nos preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.

Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común. Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.

En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes más adversas de la historia nos conduces con ternura.

Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la conversión. En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio.

Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de la intervención de Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido en tristeza le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2,3). Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos terminado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha aguado la fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna.

Acoge, oh Madre, nuestra súplica. Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tormenta de la guerra. Tú, arca de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos de reconciliación. Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a traer la armonía de Dios al mundo. Extingue el odio, aplaca la venganza, enséñanos a perdonar. Líbranos de la guerra, preserva al mundo de la amenaza nuclear. Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar. Reina de la familia humana, muestra a los pueblos la senda de la fraternidad. Reina de la paz, obtén para el mundo la paz.

Que tu llanto, oh Madre, conmueva nuestros corazones endurecidos. Que las lágrimas que has derramado por nosotros hagan florecer este valle que nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de las armas no enmudece, que tu oración nos disponga a la paz. Que tus manos maternas acaricien a los que sufren y huyen bajo el peso de las bombas. Que tu abrazo materno consuele a los que se ven obligados a dejar sus hogares y su país. Que tu Corazón afligido nos mueva a la compasión, nos impulse a abrir puertas y a hacernos cargo de la humanidad herida y descartada.

Santa Madre de Dios, mientras estabas al pie de la cruz, Jesús, viendo al discípulo junto a ti, te dijo: «Ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26), y así nos encomendó a ti. Después dijo al discípulo, a cada uno de nosotros: «Ahí tienes a tu madre» (v. 27). Madre, queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra historia. En esta hora la humanidad, agotada y abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y necesita encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti. El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con amor, recurren a ti, mientras tu Corazón palpita por ellos y por todos los pueblos diezmados a causa de la guerra, el hambre, las injusticias y la miseria.

Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania. Acoge este acto nuestro que realizamos con confianza y amor, haz que cese la guerra, provee al mundo de paz. El “sí” que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia al Príncipe de la paz; confiamos que, por medio de tu Corazón, la paz llegará. A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la familia humana, las necesidades y las aspiraciones de los pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo.

Que a través de ti la divina Misericordia se derrame sobre la tierra, y el dulce latido de la paz vuelva a marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que descendió el Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios. Tú que eres “fuente viva de esperanza”, disipa la sequedad de nuestros corazones. Tú que has tejido la humanidad de Jesús, haz de nosotros constructores de comunión. Tú que has recorrido nuestros caminos, guíanos por sendas de paz. Amén.

Unirse al Sagrado Corazón de Jesús, el arma espiritual para combatir al demonio

Pienso como Dios permite con tanta frecuencia las dificultades y los ataques del demonio y la respuesta es fácil: para enseñar al hombre a confiar ciegamente en Él, para que uno sea capaz de reconocer Su poder y Sus liberaciones.

Los peligros de las tentaciones existen. La sutileza con que el príncipe del mal actúa es muy medida. Satanás sabe como atacar al cristiano cuando está cansado, debilitado y herido. Sabe que la vida de los discípulos de Dios no es fácil, que la vida de misión no es sencilla. El desgaste de las jornadas, los avatares del trabajo, las dificultades de los acontecimientos y las relaciones hacen que las fuerzas físicas se desgasten. Entonces, el enemigo viene con sus ataques sibilinos, con la crueldad de su maldad y todo lo acompaña de razonamientos traicioneros. Tomado así con las defensas bajas y la mayor parte de las veces por sorpresa, el ser humano es abatido, golpeado y sometido, su vocación se ve amenazada y, a menudo, se aleja del camino de la santidad.

Al demonio le conviene una cosa: que el hombre acepte sus engaños y sus mentiras. Sabe que cuando uno se acerca a él la vida espiritual se arruina. Es consciente de que cuando el hombre no vela y ora su cuerpo deja de ser templo del Espíritu Santo que habita en cada uno. El demonio tiene la inteligencia de saber cómo atacar la debilidad humana y como a tocar los puntos débiles del hombre.

La estrategia del demonio es atacar a traición, por la espalda, cuando más desprevenido estás. El demonio sabe que el Señor nos ha prometido ser nuestra salvaguardia por esto utilizar las circunstancias y las debilidades para atacarnos cuando menos vigilantes estamos.

En esta semana que comienza y nos lleva a la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús tenemos un gran arma espiritual para combatir al demonio: unirse al corazón de Cristo. Santa Margarita María de Alacoque decía que solo el corazón humilde puede entrar en el Sagrado Corazón de Jesús, conversar con Él, amarle y ser amado por Él. Y nos daba tres armas espirituales: orar con decisión para tener intenciones rectas que rechacen la cobardía y la tibieza, que tanto gusta al demonio, para tener siempre un corazón con actos de bondad siguiendo el ejemplo de Cristo que es manso para aceptar las flaquezas humanas y que enseña el camino de la verdad. Ser obediente a las designios de Dios porque con la obediencia a la verdad se rechaza la acción del demonio. El demonio no tiene poder alguno sobre los que viven unidos con autenticidad a Cristo. Y, lo más importante, aferrarse de manera decidida y fiel al amor y a la cruz de Cristo.

Basta con pensar que Jesucristo, después de cuarenta días de ayuno en el desierto, fue tentado por el diablo cuando tuvo hambre. Pero Él venció por la Palabra de Dios. Por eso, en lugar de desanimarnos y abrirnos a las sugestiones del enemigo, sepamos discernir sus maniobras y resistirlo, firmes en la fe poniendo en el centro de nuestro corazón al Sagrado Corazón de Jesús que nos envuelve de su mansedumbre, de su amor y de su ternura, nos revela la infinita y desbordante misericordia del Padre.

Como oración hoy propongo la consagración al Sagrado Corazón de Jesús escrita por Santa María de Alacoque: «Yo, __________, me doy y consagro al Sagrado Corazón de Nuestro Seсor Jesucristo, mi persona y mi vida, mis oraciones, penas y sufrimientos, para no querer servirme de ninguna parte de mi ser sino para honrarlo, amarlo y glorificarlo. Es mi voluntad irrevocable ser toda de Él y hacer todo por su amor, renunciando de todo corazón a todo lo que pueda disgustarle. Yo os tomo, pues, Oh Sagrado Corazón, por el único objeto de mi amor, el protector de mi vida, la seguridad de mi salvación, el remedio de mi fragilidad y de mi inconstancia, el reparador de todos los defectos de mi vida, y mi asilo en la hora de mi muerte. Sed, por tanto, ¡Oh Corazón de bondad! mi justificación para con Dios vuestro Padre, y alejad de mi los rayos de su justa cólera. ¡Oh Corazón de amor! yo pongo toda mi confianza en vos, pues todo lo temo de mi malicia y de mi debilidad, pero todo espero de vuestra bondad. ¡Extinguid pues en mí todo lo que os pueda desagradar o resistir! Que vuestro puro amor os imprima con tanta presteza en mi corazón que no pueda jamás olvidaros, ni estar separado de vos, a quien conjuro, por todas vuestras bondades, que mi nombre sea escrito en vos, pues yo quiero hacer construir mi gloria en vivir y morir en calidad de esclavo vuestro. Amen».

¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué estoy haciendo por Cristo? ¿Y qué debo hacer por Cristo? 

Comienza el mes de junio que la Iglesia dedica al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. Uno mi oración al Maestro de la vida y de las circunstancias que asegura nuestra existencia y nos da la paz del corazón, incluso en medio de la agitación de estos tiempos tan convulsos.

A través de Jesús, Dios Padre nos ha prometido que nunca nos abandonará si mantenemos nuestra fe y confianza en él. Derramó su Espíritu sobre la Iglesia para que penetráramos en los misterios de su bondad y de su amor por la humanidad.

Este primer día es el prefacio de la solemnidad que se celebrará en veinticuatro días. Reconocemos que Jesús, en un amor inmenso, fue resucitado sobre el madero de la Cruz, ofreciéndose por toda la humanidad. De su costado traspasado del que brotó agua y sangre, dio a luz los sacramentos de la Iglesia para que los hombres, atraídos por su corazón, lleguen a sacar alegría de las fuentes vivas de la salvación.

Este mes es una invitación a contemplar el mismo Corazón de Dios que derrama su inmenso amor sobre el mundo, asegurándonos la vida eterna, la alegría y la paz sin fin, ya en este mundo tan desamparado.

Hoy, ante el Sagrado Corazón de Jesús, ¿qué respuesta doy? ¿Amo a Dios sobre todas las cosas? ¿Guardo sus mandamientos? ¿Cuál es el destino y la finalidad de todas mis potencialidades? ¿Las uso para bien o para mal? ¿Sirven para construir una sociedad armoniosa o para desestabilizar nuestras comunidades y nuestras estructuras? ¿Doy respuesta al mayor mandamiento, el que dice que “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón… y amarás a tu prójimo como a ti mismo”?  

Cuando lees la Biblia el amor que se menciona no es una emoción que uno siente en un momento y que desaparece cuando uno se cansa de él. El amor es la identidad de Dios. Es la efusión de un padre por sus hijos a pesar de toda la miseria que éstos le puedan causar. Si quiero ser hijo del Sagrado Corazón, debo pedir este amor divino y vivir de él diariamente. Cada uno de mis gestos, cada una de mis decisiones debe medirse con la vara de este amor.

El amor que he recibido de Dios debe traducirse en actos de misericordia que dirija a mi prójimo, especialmente al más vulnerables. Este amor se traduce en pasión, compasión y acción. El verdadero amor lleva a la acción. El amor se construye y se teje. Es una relación que requiere sacrificio propio en beneficio de los demás. Claramente, el amor es una “relación”; es una realidad creciente, y se puede comparar, por ejemplo, con la construcción de una casa. ¡Y una casa no se construye solo! Construir significa compartir y ayudar a crecer. 

Es del Corazón de Cristo que el corazón del hombre recibe la capacidad de amar. Este mes que comienza me llama a contemplar el Corazón de Jesús para preguntarme: ¿Qué he hecho yo por Cristo? ¿Qué estoy haciendo por Cristo? ¿Y qué debo hacer por Cristo? Porque el verdadero amor va siempre acompañado de signos visibles que revelan el corazón amoroso del hombre. De lo contrario, es letra muerta. Y unido al Corazón de Cristo que aprenda a conocer el verdadero y único sentido de su vida y de su destino.

¡Sagrado Corazón de Jesús, te adoro y venero y abro mi corazón para disponerme a acoger el amor de Dios en mi vida y a ser instrumento de este amor en mi entorno! ¡Siguiendo los pasos de San Francisco de Asís, te abro mi pobre corazón a Ti, Señor, y tu Sagrado corazón para que me hagas instrumento de tu amor manifestado en la cruz, y donde haya discordia ponga unión; donde haya lagrimas ponga una sonrisa!

¡Señor, me llamas a construir tu Reino, es decir, a transformar mis relaciones humanas, a aprender que soy hermano para poder conjugar los siguientes verbos en presente de indicativo: amar, perdonar, servirnos unos a otros! ¡Hazme comprender que no hay amor más grande que dar la vida por tus amigos! ¡Qué gran consuelo, Señor, saber que soy amado por un Corazón tan amoroso, que siempre me esperas a pesar de mis evasivas! ¡Jesús tu me llamas sin distinción, concédeme la gracia de entrar en tu escuela para ser moldeado por tu amor! ¡Ayúdame en todo momento a hacer el bien para responder a tu llamada! ¡Concédeme la gracia de reparar con la oración y la penitencia, unida al sufrimientos de tu Corazón, los crímenes de los hombres, nuestros propios crímenes, los ultrajes a nuestra fe y nuestra religión, toda clase de injusticias y sufrimientos de los que soy responsable frente a mis semejantes! ¡Convierte mi corazón para que sea fuentes de perdón, de escucha, de paciencia; un corazón que lleve y sostenga; un corazón que escuche el llanto del otro, especialmente del más necesitado! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío!

En este primer día de junio nos unimos a la intención de oración del Santo Padre que nos pide recemos por las familias cristianas de todo el mundo, para que, con gestos concretos, vivan la gratuidad del amor y la santidad en la vida cotidiana.

Dios quiere saber las disposiciones de mi corazón

Una lectora de esta página me escribe para comentar la meditación de ayer. Me dice que vive abrumada por los problemas y que intenta confiar y no puede. Que se siente tentada a abandonar. Todo se le desmorona a su alrededor. Le escribo, utilizando la Palabra, en concreto el libro del Deuteronomio: “Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho andar en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos”.  

Sin Dios en el corazón, el cristiano se abandona a sí mismo en las dificultades, las pruebas y los contratiempos de la vida. Y sí, podemos hacernos esta gran pregunta: ¿Dónde está la esperanza de este mundo, qué hace en las dificultades? ¿Dónde está su apoyo? Entonces basta recordar que Dios permite las dificultades del desierto para conocer las disposiciones de nuestro corazón. Él nos lleva por un camino lleno de baches para ver si lo amamos con todo nuestro corazón. Dios nos trata como a hijos. Su disciplina es para nuestro bien, nuestro enriquecimiento. Su ambición paterna quiere que crezcamos en su amor y en su conocimiento. Al aceptar Su voluntad, experimentaremos los frutos de su amor. Estas experiencias nos hacen crecer en Cristo; y su voluntad ya no es una pena, sino un privilegio, un poder.

Cuando el demonio pervierta nuestra fe, trate de quebrar nuestra confianza en Dios, venga a nosotros con tentaciones sutiles, hay que saber ponerle delante el “Detente”, el escapulario con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, que unido a la oración y a la vida sacramental y al rezo diario del Rosario lo hará retroceder de tu mente y de tu corazón. Tales experiencias nos dan la oportunidad de poner a Dios a prueba y confiar sólo en Su Palabra. Así cada victoria nos enriquecerá. Sí, nuestro Padre Celestial quiere saber las disposiciones de nuestro corazón. Basta exclamar en silencio y en confianza: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo; acepto tu voluntad».

¡Señor, que tu Sagrado Corazón me proteja en todo momento, que me cuide en toda circunstancia y me otorgue tu fuerza para confiar siempre, entregarme siempre, servir donde se me necesite! ¡Señor, que tu Sagrado Corazón me recuerde que tengo que vivir todas las circunstancias de mi vida con una fe firme, alimentada en la oración y la vida sacramental, a la luz del Espíritu Santo! ¡Hazme firme, Señor, en la confianza con una oración viva que todo lo puede! ¡Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo! ¡Señor, me dispongo a ponerme de rodillas ante Ti, con el corazón abierto, para sentirme refugiado bajo tu divina protección! ¡Contigo y en Ti, Señor, quiero lanzarle al príncipe del mal un “Detente” firme porque no quiero que pervierta mi fe, quiebre mi confianza y desmorone mi esperanza porque creo en Ti, quiero vivir entregado a Tu Sagrado Corazón y quiero sentir tu protección para evitar las acechanzas del maligno! ¡Señor, creo en ti, siento lo mucho que me amas, como me sostienes, como iluminas mi vida, como tu presencia me da fuerzas y me alegra la vida! ¡Señor, creo en ti, como haces seguros mis pasos, como me perdonas, como me guías por los senderos de la vida, como me invitas a aceptar la voluntad del Padre! ¡Creo, Señor, que eres el camino seguro que lleva al cielo, que eres la verdad de la vida y de las cosas, que eres mi vida, la vida plena y la vida eterna!

Jaculatoria a María en el mes de mayo: María, Señora del Sí, que nunca me abandone a la tristeza y que siga siempre tu ejemplo de confianza en Dios y sepa vivir entregado al Sagrado Corazón de Jesús y a tu Corazón Inmaculado!

Para obtener la corona de la gloria, la vida en la tierra será un esfuerzo

Segundo sábado de agosto con María, Nuestra Señora Inmaculada, en lo más profundo de mi corazón. Un día como hoy, 14 de agosto, pero de 1941, víspera de la Asunción, San Maximiliano fue asesinado en el campo de concentración de Auschwitz. Había llegado el 17 de febrero por su valentía al defender los principios de la fe católica contra los invasores nacionalsocialistas. En este lugar infernal sufrió más que los demás prisioneros por ser sacerdote. Un día, a finales de julio, uno de los presos se escapó. Como castigo, el comandante ordenó que otros diez prisioneros fueran condenados a una muerte atroz: hambre y sed en la oscura «Mazmorra del Hambre».

Cuando uno de ellos comenzó a llorar desesperado, “¡Ay, mi pobre esposa! ¡Pobres hijos míos! ¿Quién te cuidará? El padre Kolbe se acercó al comandante y le dijo con firmeza: «Pido morir en lugar de este padre”. El comandante se quedó atónito por un momento. Tal solicitud era impensable. «¿Y por qué motivo?, le preguntó a Kolbe. «Porque soy viejo y débil y él tiene esposa e hijos”. “¿Quién eres?, preguntó el comandante. “Soy un sacerdote católico”. Su solicitud fue concedida. Durante los diez días que pasó en el calabozo preparó a todos los demás condenados a morir en paz con Dios y entrar en el paraíso.

El padre Maximiliano se preparó para esta muerte toda su vida, impulsado por un hecho extraordinario que tuvo lugar durante su infancia y que conocemos gracias a su madre. Preocupado por su propio carácter difícil que le resultaba difícil de superar, el niño de 10 años comenzó a rezar fervientemente a Nuestra Señora por su ayuda. Un día se le apareció la Madre celestial con dos coronas en las manos, una roja y otra blanca: la blanca, explicó, es la corona de la pureza, la roja, del martirio. Al preguntarle cuál elegiría, respondió que se quedaría con los dos. Aunque nunca habló de este milagro a nadie durante su vida, es fácil entender que esta visión guió toda su vida, inspiró todas sus decisiones, lo guió en todos sus emprendimientos y finalmente lo preparó para el acto culminante: ¡su heroica muerte!

Es a partir de esta visión que se formaron sus principios, reglas de vida y conducta personal. Esta visión fue la primera y más importante invitación de la Reina del Cielo para convertirse en Caballero de la Inmaculada.

Si bien hoy en día casi todo el mundo ve su vida en la tierra como lo más importante y muchas veces el único digno de importancia, el mensaje de la doble corona nos inclina fuertemente hacia la eternidad, y precisamente hacia la gloria eterna y la victoria en el paraíso. 

Nuestra Señora, a través de esta promesa, hace que Maximilien Kolbe y todos Sus caballeros comprendan el sentido de nuestra corta vida en este valle de lágrimas: no habrá otra espera en este mundo que la preparación, la peregrinación, los largos y laboriosos esfuerzos. Pero nuestros ojos, corazones y almas están dirigidos más alto, de acuerdo con la promesa de Nuestro Señor: «¡Permaneced fieles hasta el fin y obtendréis la corona de la vida!» La promesa de las dos coronas corresponde exactamente a las magníficas palabras de Nuestra Señora a santa Bernardita de Lourdes: “¡Prometo hacerte feliz, pero en el otro mundo, no en este!”

¿Qué es exactamente esta recompensa? Es una doble corona, un doble triunfo: ¡blanco y rojo! La corona para preservar la pureza heroica y para dar sangre para la gloria de Dios y la salvación de las almas. La Virgen ofrece a Maximiliano la doble corona como recompensa eterna y alegría en los tesoros contenidos en el Sagrado Corazón de Jesús y en el Inmaculado Corazón de María.

San Maximiliano enseña que al elegir el fin, hay que elegir los medios. Si se quiere obtener la corona de la gloria, la vida en la tierra será un esfuerzo permanente: pureza y sangre, santidad a través del sufrimiento, oración y sacrificio. En otras palabras, la corona blanca se concede si en todas partes y siempre buscas solo realizar la voluntad de Dios que no es otra cosa que la virginidad del alma. Es la máxima del ¡Debo convertirme en santo!

La corona roja se obtiene si estás dispuesto a amar a Dios «hasta el final»: el martirio es en esencia «el amor de Dios a través del sufrimiento», el amor más grande es «dar la vida por tus hermanos». El amor a Dios se perfecciona en el sufrimiento, como el oro se purifica en el fuego. Para ganar la corona roja proponía estar constantemente unidos a la Preciosa Sangre de Nuestro Señor, que brota de Su cabeza coronada con la corona de espinas y de Su corazón traspasado presente en el cáliz de la Santa Misa.

San Maximiliano proponía llevar el crucifijo en la mano derecha, el Rosario en la mano izquierda porque el crucifijo es el sacrificio de Nuestro Señor en la cruz, presente durante la Santa Misa. El rosario es el símbolo de la devoción a Nuestra Señora, Madre y Reina, de la que recibimos todos los maravillosos frutos de la sabiduría y la pureza.

¿Y cómo vivir? Mirando el ejemplo de este santo pensando colaborar para que todos puedan reconocer y someterse al Rey de Reyes a través de nuestra Reina del Cielo. Trabajar por el triunfo del Sagrado Corazón de Jesús, del Inmaculado Corazón de María en todos y cada uno de los corazones en particular: en otras palabras, ser Su devoto caballero, instrumento a través del cual el Mediador de todas las gracias puede enviar los rayos de la gracia en muchas almas para su conversión y santificación. ¿Y cómo hacerlo? ¿Cuáles son las armas para dar a conocer y amar a Jesús y María? Por medio de la oración, los sacrificios, haciendo la voluntad de la Inmaculada, con el servicio a los demás, dando amor a espuertas, siendo generoso, entregado, perdonando… ¡lo que haces por los demás, lo haces dos veces por ti mismo!

San Maximiliano es un santo del siglo XXI, un hombre que con su ejemplo y su intercesión te permiten ver la vida diferente, ser más generoso; te invita a caminar hacia la santidad para que un día podamos escuchar de labios de nuestro Salvador: «Ven ahora, buen y devoto caballero, recibe las coronas que te prometí cuando decidiste ser caballero de Mi Madre, la Inmaculada Virgen María”.

Mi oración de hoy pertenece a san Maximiliano Kolbe y es la Consagración a la Inmaculada compuesta por este santo polaco:

Oh Inmaculada, reina del cielo y de la tierra, refugio de los pecadores y Madre nuestra amorosísima, a quien Dios confió la economía de la misericordia. Yo pecador indigno, me postro ante ti, suplicando que aceptes todo mi ser como cosa y posesión tuya. A ti, Oh Madre, ofrezco todas las dificultades de mi alma y mi cuerpo, toda la vida, muerte y eternidad. Dispón también, si lo deseas, de todo mi ser, sin ninguna reserva, para cumplir lo que de ti ha sido dicho: «Ella te aplastará la cabeza» (Gen 3:15), y también: «Tú has derrotado todas las herejías en el mundo”. Haz que en tus manos purísimas y misericordiosas me convierta en instrumento útil para introducir y aumentar tu gloria en tantas almas tibias e indiferentes, y de este modo, aumento en cuanto sea posible el bienaventurado Reino del Sagrado Corazón de Jesús. Donde tú entras oh Inmaculada, obtienes la gracia de la conversión y la santificación, ya que toda gracia que fluye del Corazón de Jesús para nosotros, nos llega a través de tus manos”. Ayúdame a alabarte, Oh Virgen Santa y dame fuerza contra tus enemigos.

El corazón de San José unido a los Dos Corazones

El mes de junio lo dedicamos al Sagrado Corazón de Jesús, tan unido al Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen. Y en este año de san José, el hombre dotado de una grandeza sobrehumana que sobrecoge, conviene recordar que el corazón que mas cercano estuvo a estos Dos Corazones fue el corazón de San José. El suyo fue un corazón generoso, magnánimo, amoroso, puro, servicial. Un corazón grande. Un corazón que supo aceptar la voluntad de Dios y que supo leer los acontecimientos de la vida. Un corazón que palpitaba para hacerlo al unísono de los Dos Corazones que con él convivían. Un corazón abierto al amor, al cuidado de María y de Jesús. Un corazón repleto de silencio que, al unísono con María, supo guardar la palabra de Dios. Un corazón abierto a la oración, a la alabanza, a la adoración, a la confianza en la providencia divina.

A lo largo de toda su existencia, el corazón de San José se mantuvo en comunión constante con el Inmaculado Corazón de María. Él la protegió, la cuidó, la acompañó y participó del gran misterio de Dios: el nacimiento de Cristo. Como María aceptó su misión consagrado a Dios, entregado devotamente a la Virgen. Esa es una de las grandes enseñanzas de san José: el servicio en silencio, el servicio por amor de Dios, la entrega con un corazón grande.

Y san José estuvo también muy unido al Sagrado Corazón de Jesús. Él lo educó, lo formó, le ayudó a crecer como persona y como trabajador, le inculcó los valores auténticos, le mostró los principios básicos de la Buena Nueva que, más tarde, Jesús enseñará a sus discípulos. San José se entregó en su papel de padre. Caminó junto a Cristo y absorbió también de su Hijo los rayos que surgen de un corazón humilde, piadoso y misericordioso

A la luz del Espíritu sano, el corazón de san José fue el gran protector de la Sagrada Familia y, por ende, de todas las familias del mundo. Es el mejor ejemplo de que unido a los Dos Corazones el hombre puede hacer que reine en el mundo el amor, la entrega, el servicio, el perdón, la paz.

Aunque breve, propongo rezar hoy esta oración del Papa Francisco dedicada a san José: Salve, custodio del Redentor y esposo de la Virgen María. A ti Dios confió a su Hijo, en ti María depositó su confianza, contigo Cristo se forjó como hombre. Oh, bienaventurado José, muéstrate padre también a nosotros y guíanos en el camino de la vida. Concédenos gracia, misericordia y valentía, y defiéndenos de todo mal. Amén.

Un Corazón Sagrado que nos conduce a la fuente del Amor

Hoy celebramos la hermosa fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que se instituyó para responder y contrarrestar la desfiguración de nuestra fe en el amor de Dios por cada hombre, la fe en este amor universal de Dios, dañada por el protestantismo en el siglo XVI y por el jansenismo. en el siglo XVII. Este aspecto histórico del desarrollo de la fiesta del Sagrado Corazón nos muestra cuánto Dios mismo, por nuestro propio bien, deseaba esta fiesta. Celebrarlo como lo hacemos es, en algún lugar, obedecer a Dios que nos da los remedios para nuestra buena salud espiritual.

Hoy la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos dice sobre todo que Dios nos ama y que la relación con Dios es ante todo relación de Amor; no una relación de deber, de obligaciones, de comercio como los mercaderes del Templo… En un mundo donde el Amor está herido, dañado, traicionado, abusado, degradado hacia abajo, la Solemnidad del Sagrado Corazón nos lleva hacia arriba, hacia Aquel que es la fuente de todo Amor.

Abro mi corazón y contemplo tres características del Sagrado Corazón de Jesús. Es un Corazón que está herido; es un corazón sanador; es un corazón que es fuente de vida. Eso te invita a ir más allá de la visión de Jesús mostrándonos su Corazón, revelando el Amor total y universal de Dios. El Corazón que muestra Jesús es un Corazón herido del que brotará sangre y agua por el pecado del hombre, por mis pecados. Pero incluso, sobre todo y ante todo, ¡duele porque este Corazón no es amado de la manera como Él ama! Está la primera herida profunda que hace sangrar el Corazón de Jesús. No hay mayor herida en nuestra humanidad que el Amor que no se ama. Esta Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús llega a todos aquellos que sufren por no amar adecuadamente, a todos aquellos que están heridos en su capacidad de amar, a todos aquellos cuyo Amor ha sido dañado, a todos aquellos cuyo Amor permanece sin respuesta, a todos aquellos cuyo Amor parece imposible. Y este costado traspasado de Jesús es este mismo Corazón que llora, pero que llora lágrimas que sanan y dan vida.

De hecho, solo Dios es el que duele y el que sana al mismo tiempo. Cuando uno de los rayos del Sagrado Corazón de Jesús cae en el corazón de una persona, duele allí, así como la Luz Perfecta ciega los ojos que aún no están acostumbrados a verlo y recibirlo. Pero es una herida de amor, de perfección. Esta herida abre nuestro corazón de piedra; allí hace una grieta por la que entra el Amor divino en toda su pureza, en toda su perfección. Sí, duele, pero da vida. Duele, pero se siente bien. Es una herida que sana nuestro corazón, nuestra humanidad. Sabemos bien, a nivel exclusivamente humano, que el Amor tiene un poder curativo. El amor cura los corazones. Pero, la pregunta está ahí: ¿Aceptamos ser heridos por el Amor de Dios? ¿Aceptamos reconocer en las llagas de Jesús nuestras propias llagas? La clave está ahí: si compartimos los sufrimientos de Jesús, es decir, si reconocemos nuestras heridas en las suyas, entonces tendremos acceso a la curación sobrenatural.

La Sagrada Comunión nos hace vivir este misterio de Amor. Cada vez que comulgamos, Dios entra en nuestro corazón; es un encuentro entre el amor perfecto que sana y el amor egoísta e imperfecto.

Este corazón que está herido, pero cuya herida es fuente de curación, es también un corazón que da vida. ¡No vida humana, sino vida divina! Él da la Vida; El es la fuente de vida. Del costado de Jesús fluye sangre y agua. La Sangre y el agua son para nosotros no solo los signos de la divinidad y la humanidad de Jesús, sino también el signo de los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía. La herida del Amor del Corazón de Jesús es fuente de vida. Es de esta agua de la que Jesús le dice a la mujer samaritana que los que beben de ella no volverán a tener sed jamás.

¡Que la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús me permita profundizar y transformar mi manera de amar y que, a través de mi oración y mi ofrenda, sea capaz de llegar a todos aquellos cuyo Amor está herido!

Qué mejor para este día que consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús con la oración escrita por Santa Margarita María de Alacoque:

«Yo, __________, me doy y consagro al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, mi persona y mi vida, mis oraciones, penas y sufrimientos, para no querer servirme de ninguna parte de mi ser sino para honrarlo, amarlo y glorificarlo. Es mi voluntad irrevocable ser toda de Él y hacer todo por su amor, renunciando de todo corazón a todo lo que pueda disgustarle.

Yo os tomo, pues, Oh Sagrado Corazón, por el único objeto de mi amor, el protector de mi vida, la seguridad de mi salvación, el remedio de mi fragilidad y de mi inconstancia, el reparador de todos los defectos de mi vida, y mi asilo en la hora de mi muerte.

Sed, por tanto, ¡Oh Corazón de bondad! mi justificación para con Dios vuestro Padre, y alejad de mi los rayos de su justa cólera. ¡Oh Corazón de amor! yo pongo toda mi confianza en vos, pues todo lo temo de mi malicia y de mi debilidad, pero todo espero de vuestra bondad. ¡Extinguid pues en mí todo lo que os pueda desagradar o resistir! Que vuestro puro amor os imprima con tanta presteza en mi corazón que no pueda jamás olvidaros, ni estar separada de vos, a quien conjuro, por todas vuestras bondades, que mi nombre sea escrito en vos, pues yo quiero hacer construir mi gloria en vivir y morir en calidad de esclava vuestra. Amen».

Dios pide mi colaboración: ¿qué le respondo?

Dios quiere establecer su hogar en el corazón de cada hombre. En este sentido, cada día se convierte en un momento privilegiado para acoger al Dios que busca vivir con nosotros. Tenemos el deber de proporcionarle una morada digna. Dios, que busca un hogar con nosotros, necesita ser acogido como quien construye Él mismo su hogar en nosotros. Y ese me empuja a saber acoger su presencia y su acción en mi. Además, como te sientes capaz de hacer el bien no olvidas que solo Dios realmente puede hacerlo en mi y a través mío. Mis buenas intenciones, por hermosas que sean, no son suficientes para estar siempre en conformidad con la voluntad de Dios. Para eso busco conocer su voluntad recurriendo a su Palabra, a la oración, a la meditación, a la vida de sacramentos.

Dios pide mi —nuestra— colaboración. Esto es lo que hizo a través del mensaje que el ángel Gabriel llevó a María. De hecho, para venir a este mundo, Dios pidió la hospitalidad humana a través de María.

El «sí» de María es la expresión de su colaboración que permitió que la Palabra que buscaba un hogar, en los hombres, viniera a vivir en ella, y a través de ella, en la humanidad. En este sentido, reconocerse servidor del Señor como María es afirmar la plena disponibilidad para colaborar en el plan de Dios para la humanidad. Como María, soy feliz de convertirme en un instrumento que el Señor utiliza para realizar su obra en mi y en el mundo. La renovación diaria del «sí de mi bautismo» se convierte en una constante colaboración en la obra de Dios.

Tal colaboración con la gracia divina te permite ser como María “portador de Cristo” para el mundo. Entonces, sí, el Señor construye su propio hogar en el alma y permite llevarlo a otros. Si, como María, me pregunto: “¿cómo se hará esto porque soy pecador?”, la respuesta del ángel asegura que será en acogida y obediencia al Espíritu Santo; lo que San Pablo denomina «la obediencia de la fe». Y puesto que nada es imposible para Dios le pido al Sagrado Corazón de Jesús que me obtenga esta gracia por intercesión del Sagrado Corazón de María, su Madre.

¡Sagrados Corazones de Jesús y de María, que soy proveedores de gracia, de amor y de misericordia, que sois conscientes de mis flaquezas y mis debilidades, que acudís siempre a los que os necesitan, os pido que acudáis a mi corazón porque soy un ser imperfecto, que humanamente yerra con frecuencia, que desea renovar su corazón; os pido que me proveáis con la gracia de Dios en mi vida para caminar hacia la santidad, para obtener fortaleza ante las debilidades, para levantarme cuando caigo, para enfrentarme con valentía a las tentaciones, para vivir acorde con la Buena Nueva del Evangelio! ¡Sagrados Corazones de Jesús y de María os pido que me deis la luz cuando me aceche la oscuridad y me guíes por los caminos de la vida para hacer siempre la voluntad del Padre! ¡Sagrados Corazones de Jesús y de María os pido que la gracia me acompañe en todos los instantes de mi vida para que allí donde mis pies me lleven, donde abra las manos, donde pronuncie una palabra os manifestéis vosotros en mi! ¡Sagrados Corazones de Jesús y de María os pido con el corazón abierto que mi corazón esté siempre concentrado en vosotros para hacer siempre el bien a los demás! ¡Sagrados Corazones de Jesús y de María proteged a todos los que amo, a los que conviven conmigo, a todas las personas que están alejados de vosotros y los que actúan contra vuestros sagrados corazones! ¡ ¡Sagrados Corazones de Jesús y de María ayudadnos a todos a vivir en vuestra presencia en cada momento de nuestra existencia! ¡Sagrados Corazones de Jesús y de María hace que por medio de vuestra gracia seamos capaces de manifestar vuestro amor y misericordia! ¡Sagrados Corazones de Jesús y de María hacedme testimonio del poder y el amor del Padre y concededme la gracia de sentir la luz que viene del Espíritu para impregnar mi vida de buenas acciones y ser capaz de llevar la Buena Nueva a todos los lugares donde el Espíritu me lleve! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío! ¡Corazón Inmaculado de María, se la salvación mía!