Junto a María, Nuestra Señora del Santísimo Sacramento

Tercer sábado de junio con María, Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, en lo más profundo de mi corazón. María, es la mujer eucarística, Ella es el primer sagrario del mundo, Ella llevó en su seno a Jesús-Hostia. En este sábado mariano, vigilia en muchos lugares del mundo del día del Corpus Christi, le pido a María que me ayude a adorar, amar, bendecir, glorificar y alabar a Jesús que se hace presente en los altares y sagrarios del mundo en la Sagrada Eucaristía.

Pero quiero darle también gracias porque con su sí a Dios preparó el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se nos ofrece en cada Misa, que nos acompaña en cada adoración al Santísimo, porque Ella está siempre presente en un segundo plano en cada altar de cada templo.

Me gusta pensar que cuando el ángel le dice a María aquellas palabras de la Anunciación de que «el Señor está contigo», es una realidad en la vida de cada uno. Está presente en nuestra vida cotidiana de la mano también de María. Es Ella, con su delicadeza y su amor, con su humildad y sencillez, la que te permite saborear de manera delicada y amorosa, y comprender desde la fe, esta presencia divina de Cristo en tu propia existencia. Es Ella, Madre del Amor hermoso, la que hace comprender que es un presencia real, viva, misericordiosa, que Cristo habita en nosotros como habitó en Ella.

Y cuando ves el copón con las hostias consagradas que se convertirán en la carne de Jesús y el cáliz que lleva el vino que se convertirá en la sangre de Cristo, no puedes más que pensar que Ella fue, sin duda, ese primer cupón y ese primer cáliz de la historia del mundo, que Ella fue la que custodió con todo el amor posible, con toda la entrega delicada y con toda la sencillez de un corazón abierto a ese Dios hecho hombre que se hizo presente en el mundo desde el seno inmaculado de María. Es un gozo pensarlo, sentirlo y meditarlo porque una de las grandezas del cristiano es tener a María como Madre, modelo y guía.

Por eso en este día le pido a la Virgen con el corazón abierto que me permita llegar al corazón de Jesús, a entrar en comunión permanente con Él, y convertirme para los que me rodean, especialmente para mis familiares, amigos y compañeros de trabajo y de comunidad una sencilla y pequeña hostia viviente, haciendo siempre la voluntad de Dios, para siendo transformado por Jesús y ser uno con Él, convertirme en alimento para los que me conocen como testigo del amor de Dios y hostia viva agradable al Padre que me ha creado precisamente para dejar testimonio de la verdad.

¡María, Madre, el mundo tiene necesidad de Jesús y yo quiero de tu mano darlo a conocer, dar a conocer el amor que siente por nosotros, dar a conocer que Dios nos ama, que el Espíritu Santo nos ilumina, que podemos ser testimonios de Dios en la vida como lo fuiste, Tu, María! ¡Ayúdame a amar la Eucaristía como tu la amaste cuando llevaste a. Jesús en tu seno, ayúdame a ser testimonio del amor de Dios para que las personas que me conozcan vean que comunico mi amor por Él! ¡Hazme amar la Santa Eucaristía, el sentido de nuestra vida cristiana! ¡María, Jesús es fruto bendito de tu vientre, en él lo encarnaste y ante la cruz lo viste morir, que no olvide nunca cuanto me ama, que sea capaz de amar adorándolo en el Santísimo Sacramento del altar! ¡Ayúdame a postrarme ante Él y cumplir so voluntad como hiciste Tu! ¡Concédeme la gracia de ayudarme a ser una auténtica hostia viviente, que sea capaz de darme al prójimo y que vean en mis gestos, palabras, actitudes y sentimientos a otro Cristo! ¡Ruega por mi y por toda la humanidad, Madre, para que seamos capaces de comprender de verdad la profundidad de la Eucaristía, el gran regalo de Jesús, entender que cada día Jesús se hace presente en los altares del mundo y lo podemos tener cada día en nuestro interior! ¡María, Señora de la Eucaristía, hazme amar con el corazón abierto el sacrificio de Cristo, hazme sentir tus mismos sentimiento cuando te arrodillaste a los pies de la cruz! ¡Madre, te pido la gracia para que sea capaz de de la Hostia y para la Hostia, un verdadero adorador del Cuerpo y la Sangre de Cristo! 

Como San José, ser un sencillo y amoroso adorador del Santísimo Sacramento

El domingo en muchos lugares se celebra el día del Corpus Christi. Hoy quiero meditar esta fiesta del Cuerpo y la Sangre de Jesús de la mano de su padre adoptivo. San José es el primer adorador de Jesús. Simplemente contemplando el pesebre de Belén observa el lugar especial que ocupó San José. El carpintero de Nazaret adoró desde el primer momento a Jesús como nunca lo ha adorado ningún santo. Nadie, junto a la Virgen, pudo amar tanto a Jesús como amó José. No ha existido en la historia un amor temporal tan profundo, si exceptuamos el de la Virgen, que se asemeje a un amor eterno porque san José amando a Cristo amaba profundamente a Dios. 

Y ese cuerpo redentor que representa Jesús, y que está presente en la Custodia y en el Sagrario, ese Corpus Christi viviente, san José lo custodió, lo encaminó, lo formó, lo adoró, lo cuidó, lo educó, lo amó. San José, con su sí decidido y valiente, fue el siervo sacerdote responsable de custodiar aquel tabernáculo que moriría en la cruz. 

No hay que olvidar que en aquella cuna de Belén estaba la Cruz. San José era consciente que el corazón que latía en aquel establo de Belén era el del mismo Dios que sería, con el tiempo, un crucifijo vivo. Por eso san José te enseña a adorar a Dios. Por eso, a los pies de aquel Dios Amor, san José supo lo que era el camino de la cruz. Y cuando te postras ante el Santísimo Sacramento del altar ¡!Qué bonito es también ponerse a los pies de la cruz de la mano de san José! ¡Qué hermoso es encomendarse a él como fuente de gracia! ¡Qué precioso es pedirle que te enseñe a obrar bien, a amar mejor, a servir con mayor predisposición, a perdonar con el corazón! San José a los pies del altar enseña de manera sublime como tiene que se la predisposición del corazón que uno esté en plena disponibilidad a la voluntad del Padre. A los pies del altar le puedes poner todas tus preocupaciones, desvelos, ilusiones, sufrimientos, dolores, angustias, alegría, esperanzas, preocupaciones… él conoció por experiencia propia todos estos sentimientos, supo que es la incertidumbre, el miedo, la incerteza… pero también es escuela de abandono a la voluntad de divina, ejemplo de don total de sí mismo, espejo claro de los designios amorosos del Padre…

San José y la Eucaristía: que hermoso es acompañar al padre adoptivo de Jesús enseñarte a amar al Jesús que se hace cada día presente en el sacrificio del altar. Y como él convertirme en un sencillo y amoroso adorador del Santísimo Sacramento.

¡Glorioso San José, enséñame a amar más la Eucaristía, muéstrame como amar más a Jesús, conviértete en mi guía para vivir siempre como lo hiciste tu en plena disposición a la voluntad de Dios! ¡Enséñame siempre a atender la misión que Dios me tiene encomendada de manera humilde, callada y discreta pero con absoluta fidelidad! ¡Hazme amar la Eucaristía en los buenos y los malos momentos, a adorar a este Cristo presente en el Santísimo Sacramento del Altar como tu lo adoraste desde el primer momento con un amor desbordante en la cuna de Belén! ¡Ayúdame a estar constantemente atento a Dios, predispuesto a percibir las señales de su presencia en mi vida, a estar receptivo a sus planes aunque tantas veces no los comprenda, a escuchar su voz que me transmite el Espíritu Santo y a dejarme guiar por Su voluntad! ¡Adorando al Santísimo Sacramento del Altar, querido san José, ayúdame a ver todos los acontecimientos de mi vida de manera realista, para como tu aprender a tomar decisiones sabias, sencillas, valientes, adaptadas a la verdad! ¡Y especialmente hoy quiero pedirte por todos los sacerdotes que cada día en la Misa levantan con sus manos consagradas la Santa Hostia para que igual que tu cogiste a Jesús con delicadeza sean fieles custodios de Jesús, que cuando lo tomen para guardarlo en el sagrario, para llevarlo en procesión, para levantar la Custodia y bendecirnos, para distribuir la comunión a los fieles, cuando impartan la bendición, cuando impongan las manos, cuando sean fieles a su ministerio sacerdotal y verdaderos testimonios de la presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento!

Corpus Christi, la gran fiesta de los bautizados

Hoy es la fiesta del Santísimo Sacramento. El día del Corpus conmemora la Pascua, celebra el cuerpo y la sangre de Cristo. ¡Es la gran fiesta de todos los bautizados pues somos el cuerpo de Cristo desde nuestro bautismo, y vivir como bautizados es participar plenamente del cuerpo de Cristo, es favorecer la irrigación de su sangre!

En esta fiesta del pan vivo bajado del cielo, Cristo nos invita a ocupar nuestro lugar como discípulos. Jesús quiere aumentar nuestra fe y proclamar su presencia real en el misterio de la Eucaristía. Nos hace participar, como a sus discípulos, del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Me imagino la escena de este episodio. Jesús bendice los panes y los peces. Se los da a sus discípulos quienes ellos mismos distribuyen lo que han recibido. Adentrado en la escena, me pregunto: ¿Dónde me encuentro? ¿Entre la multitud o entre el grupo de los discípulos? ¡Entre los discípulos! En la multiplicación de los panes uno ve el empuje misionero que Jesús nos pide a sus discípulos cuando nos dice: «Dad vosotros mismos de comer».

Jesús no está pidiendo nada complicado. Se trata de llevar pan y pescado a una multitud hambrienta. ¿Qué podría ser más simple, no se trata de responder a una solicitud? La fiesta del cuerpo y la sangre de Jesús revigoriza nuestra vocación al discipulado. Porque nutridos por el cuerpo y la sangre de Cristo, nos destacamos entre la multitud. Estamos en contacto directo con quien nos alimenta. Y esto pasa por una mano que pone un trozo de pan en nuestra boca o en nuestra mano. Cada uno de nosotros recibe este trozo de pan que es en sí mismo todo el cuerpo de Cristo que se da a sí mismo por nosotros. Y circula en cada como esta gota de sangre que impregna el cuerpo. Por eso, nos distingue de la multitud.

Los discípulos están preocupados por la multitud que no ha comido. Tal vez no han comido desde la mañana, ya que es tarde porque el día se está desvaneciendo. Jesús toma las riendas y organiza, es el dueño de lo que sucede porque ve en la multitud un cuerpo hambriento. ¿Qué es este cuerpo hambriento sino la multitud reunida en su presencia?

El cuerpo que tiene hambre y que viene en busca de comida es una multitud. Esta multitud se reunió por causa de Jesús. Caminó junto a Jesús y se reunió a su alrededor. La multitud tiene que estar segura de su presencia para permanecer unida. Ella escucha su palabra. Una palabra que da fe de su presencia. ¡Esto es lo que la Eucaristía nos da a experimentar cada día! ¡Por eso hay que comulgar cada día, por lo que revigoriza y llena! ¡Comulgar es estar llenos de su presencia! ¡Reunidos en la asamblea diaria o dominical, alimentados con el mismo pan, regados con el mismo vino, formamos un solo cuerpo, la Iglesia! Cristo está a la cabeza porque es Él y nadie más quien lo convoca.

¿Quién está satisfecho? ¿La multitud? No, es cada miembro de la multitud de manera individual. «Comieron y se saciaron». La escena de la multiplicación de los panes y los peces ya no evoca a la multitud sino a los miembros que la componen. Es cada uno de los comensales quien, individualmente, prueba, mastica, traga y finalmente queda satisfecho.

La fiesta del cuerpo y la sangre de Jesús da sentido a nuestra vida cristiana, celebra el misterio de la presencia de Cristo en nuestra propia vida. Celebra que Dios se humaniza para restaurar nuestra condición humana. Celebra que murió en la cruz para resucitar y quedar tras la celebración de la santa cena en los sagrarios de nuestros templos. Celebra que está ahí las veinticuatro horas en un humilde trozo de pan para ser adorado. Celebra que podemos alimentarnos de Él con su cuerpo y su sangre. Celebra que Cristo quiere ser alimento de nuestra alma. Celebra que Cristo quiere unirnos a su humanidad para que podamos exclamar como san Pablo que no soy yo, es Cristo quien vive en mi. Celebra que estamos más unidos a Dios que quiere a través de la humanidad de Cristo hacernos partícipes de su vida divina. Celebra que Cristo quiere depositar en nuestro corazón y en nuestra alma la semilla maravillosa y extraordinaria de la vida eterna. Todos estamos llamados a celebración. Nadie está excluido. Este es nuestro discipulado para ser nutrido y enviado. ¿No es motivo de gozo, de alegría, de esperanza, de amor, de gloria, de alabanza, de confianza, de fe?

¡Señor, cada vez que reciba tu cuerpo y tu sangre quiero también entregarte mi vida porque siento como tu amor pasa en mi, ya no quiero vivir solo para mi mismo sino para los demás, quiero que al recibirte el manantial desbordante de tu amor me transforme y renueve mi vida, mi manera de hacer las cosas, mi caridad, mi misericordia, mi amor por Ti y por los demás! ¡Señor, gracias por el Santísimo Sacramento del altar, gracias porque necesito de tus huellas impregnadas en mi corazón para transformar mi vida! ¡Señor, gracias por el Santísimo Sacramento del altar, porque me llena de alegría y de esperanza, me renueva profundamente por dentro, me aleja de los pesimismos y las desilusiones! ¡Señor, gracias por el Santísimo Sacramento del altar, porque tu alma me santifica, tu cuerpo me salva, tu sangre me embriaga, el agua tu costado me lava, tu Pasión me conforta! ¡Señor, gracias por el Santísimo Sacramento del altar, porque cuando celebro tu cuerpo y tu sangre mi corazón se alegra de pensar que estoy celebrando el gran sacrificio de tu amor por mi, por tu donación en las especias del pan y del vino eucarístico! ¡ ¡Señor, gracias por el Santísimo Sacramento del altar, porque me hace exclamar con alegría que espero en ti, te adoro, te amo, auméntame la fe! ¡Señor, gracias por el Santísimo Sacramento del altar, porque al recibirte en mi interior siento que lo eres todo para mi y que sin ti nada puedo! ¡Señor, gracias por el Santísimo Sacramento del altar, porque te haces presente en un pequeño trozo de pan, exaltación de tu humildad, y quiero que te sientas profundamente amado por mi también frágil y quebradizo, pero voy a venerarte siempre, adorarte siempre, glorificarte siempre, cuidarte siempre, acompañarte siempre! ¡Señor, gracias por el Santísimo Sacramento del altar, porque me recuerdas que quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él! ¡Señor, gracias por el Santísimo Sacramento del altar, porque es la máxima exaltación del amor, de tu presencia en mi vida pecadora! ¡Que nunca, Señor, me separe de Ti!