Unirse al Sagrado Corazón de Jesús, el arma espiritual para combatir al demonio

Pienso como Dios permite con tanta frecuencia las dificultades y los ataques del demonio y la respuesta es fácil: para enseñar al hombre a confiar ciegamente en Él, para que uno sea capaz de reconocer Su poder y Sus liberaciones.

Los peligros de las tentaciones existen. La sutileza con que el príncipe del mal actúa es muy medida. Satanás sabe como atacar al cristiano cuando está cansado, debilitado y herido. Sabe que la vida de los discípulos de Dios no es fácil, que la vida de misión no es sencilla. El desgaste de las jornadas, los avatares del trabajo, las dificultades de los acontecimientos y las relaciones hacen que las fuerzas físicas se desgasten. Entonces, el enemigo viene con sus ataques sibilinos, con la crueldad de su maldad y todo lo acompaña de razonamientos traicioneros. Tomado así con las defensas bajas y la mayor parte de las veces por sorpresa, el ser humano es abatido, golpeado y sometido, su vocación se ve amenazada y, a menudo, se aleja del camino de la santidad.

Al demonio le conviene una cosa: que el hombre acepte sus engaños y sus mentiras. Sabe que cuando uno se acerca a él la vida espiritual se arruina. Es consciente de que cuando el hombre no vela y ora su cuerpo deja de ser templo del Espíritu Santo que habita en cada uno. El demonio tiene la inteligencia de saber cómo atacar la debilidad humana y como a tocar los puntos débiles del hombre.

La estrategia del demonio es atacar a traición, por la espalda, cuando más desprevenido estás. El demonio sabe que el Señor nos ha prometido ser nuestra salvaguardia por esto utilizar las circunstancias y las debilidades para atacarnos cuando menos vigilantes estamos.

En esta semana que comienza y nos lleva a la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús tenemos un gran arma espiritual para combatir al demonio: unirse al corazón de Cristo. Santa Margarita María de Alacoque decía que solo el corazón humilde puede entrar en el Sagrado Corazón de Jesús, conversar con Él, amarle y ser amado por Él. Y nos daba tres armas espirituales: orar con decisión para tener intenciones rectas que rechacen la cobardía y la tibieza, que tanto gusta al demonio, para tener siempre un corazón con actos de bondad siguiendo el ejemplo de Cristo que es manso para aceptar las flaquezas humanas y que enseña el camino de la verdad. Ser obediente a las designios de Dios porque con la obediencia a la verdad se rechaza la acción del demonio. El demonio no tiene poder alguno sobre los que viven unidos con autenticidad a Cristo. Y, lo más importante, aferrarse de manera decidida y fiel al amor y a la cruz de Cristo.

Basta con pensar que Jesucristo, después de cuarenta días de ayuno en el desierto, fue tentado por el diablo cuando tuvo hambre. Pero Él venció por la Palabra de Dios. Por eso, en lugar de desanimarnos y abrirnos a las sugestiones del enemigo, sepamos discernir sus maniobras y resistirlo, firmes en la fe poniendo en el centro de nuestro corazón al Sagrado Corazón de Jesús que nos envuelve de su mansedumbre, de su amor y de su ternura, nos revela la infinita y desbordante misericordia del Padre.

Como oración hoy propongo la consagración al Sagrado Corazón de Jesús escrita por Santa María de Alacoque: «Yo, __________, me doy y consagro al Sagrado Corazón de Nuestro Seсor Jesucristo, mi persona y mi vida, mis oraciones, penas y sufrimientos, para no querer servirme de ninguna parte de mi ser sino para honrarlo, amarlo y glorificarlo. Es mi voluntad irrevocable ser toda de Él y hacer todo por su amor, renunciando de todo corazón a todo lo que pueda disgustarle. Yo os tomo, pues, Oh Sagrado Corazón, por el único objeto de mi amor, el protector de mi vida, la seguridad de mi salvación, el remedio de mi fragilidad y de mi inconstancia, el reparador de todos los defectos de mi vida, y mi asilo en la hora de mi muerte. Sed, por tanto, ¡Oh Corazón de bondad! mi justificación para con Dios vuestro Padre, y alejad de mi los rayos de su justa cólera. ¡Oh Corazón de amor! yo pongo toda mi confianza en vos, pues todo lo temo de mi malicia y de mi debilidad, pero todo espero de vuestra bondad. ¡Extinguid pues en mí todo lo que os pueda desagradar o resistir! Que vuestro puro amor os imprima con tanta presteza en mi corazón que no pueda jamás olvidaros, ni estar separado de vos, a quien conjuro, por todas vuestras bondades, que mi nombre sea escrito en vos, pues yo quiero hacer construir mi gloria en vivir y morir en calidad de esclavo vuestro. Amen».

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