¿Cuál es mi reino?

Hace tres días que la Iglesia universal celebró la festividad de Cristo Rey. Me permite seguir profundizando en el significado de esta fiesta en mi propia vida. Tres preguntas revolotean por mi cabeza, ¿Me considero un rey de mi propia vida? ¿Cuál es mi reino? Y ¡Si trato de construir mi reino en la tierra y apenas se nota… entonces, ¿qué estoy haciendo?!

¡Cuán equivocado estoy cuando caigo en la tentación de la soberbia, de la búsqueda del aplauso ajeno, del poder y del prestigio social…! ¡Cuán equivocado estoy si trato de parecerme a uno de estos poderosos de este mundo pensando solo en lo temporal! ¡Qué poco valor le doy a mi existencia sino busco el reino entre los que me rodean! ¿Por qué olvido con tanta frecuencia que el Reino de Dios es en nuestro mundo donde debe construirse; es viviendo mi condición de cristiano donde verdaderamente lo construyo? Nuestra vida humana, nuestro mundo no se está desmoronando: tenemos que construir algo definitivo. Los lazos que se tejen en el amor, en la amistad permanecen eternamente. La mirada de ternura, la atención afectiva al prójimo cuando lo necesita, el rencor olvidado, el compromiso solidario, todo esto da frutos de eternidad. ¿Por que me sorprende tanto? ¿Por qué algo tan sencillo y humano se convierte tantas veces en algo tan asombroso y misterioso? ¿Qué hago para revertir todas estas situaciones? ¿Qué hago para revertir las injusticias que me rodean? ¿Qué hago para no abonarme a calumnias y chismes que matan lentamente? ¿Qué hago para que el mundo esté más unido, para que la tierra se vuelva más justa?

Todo me recuerda a aquel joven, a ese cristiano que un día relataba el sueño que tuvo la noche anterior. En su sueño, entraba a una tienda. Detrás del mostrador había un ángel. El joven le pregunta: “¿Qué vendes?” El ángel responde: «Lo que quieras». Entonces el joven comienza a enumerar: “Me gustaría el fin de las guerras en el mundo, también me gustaría la destrucción de los barrios marginales, y también el fin del terrorismo. También me gustaría una bienvenida más cálida para los inmigrantes en mi país, ¡trabajo para todos los desempleados! Me gustaría una Iglesia más cercana a la gente, más en sintonía con la Buena Nueva de Jesús…”. El ángel lo interrumpe: “Disculpa pero has leído mal el letrero de la tienda. ¡Aquí no vendemos fruta, solo vendemos semillas!”.

Sí, Jesús ha sembrado las semillas del Reino Nuevo en mi corazón. ¿Las he hecho fructíferas? Esta es la única forma de vencer el misterio del mal ¡Señor Jesús, reina en mi corazón a través de tu amor… para que pueda ser un instrumento de tu reino en todos los corazones!

¡Quiero, señor, que reines en mi  corazón! ¡Pero que reines de verdad! ¡Pero antes, Señor, ayúdame a reconocer mi pequeñez, mi miseria, mis bajezas morales, mi debilidad! ¡Límpiame con la fuerza de tu Espíritu para que puedas reinar en mi interior! ¡Espíritu de Dios, dame la fuerza necesaria para batallar cada día sin desfallecer! ¡Ayúdame a ser consciente de mi pequeñez! ¡Ayúdame a sentir con pena todo aquello que me aleja de Ti, del reino de tu Padre! ¡Ayúdame a contemplar las manchas de mi corazón para poder purificarlas en el sacramento de la confesión! ¡Oh Cristo Jesús! Te reconozco como Rey del Universo porque todo lo has creado Tú, utilízame para hacer el bien! ¡Señor, transforma mi mente y mis pensamientos, lléname de la luz de tu Espíritu que es vida y paz, para que se refleje su presencia en mi vida, para que te reconozca como mi Señor¡ ¡Tu sabes que soy de barro y que Tú eres mi refugio; que me protegerás del peligro y me rodearás con cánticos de liberación! ¡Concédeme la gracia, Señor, de tener siempre mi mirada fija en ti, aunque reconozco que mi mente es débil y me resulta mucho más fácil perseverar en mi adversidad que en tus promesas! ¡Levántame cada vez que caiga, Señor, y hazme un instrumento de tu paz, en medio de las dificultades de la vida que pueda darte a conocer como el único camino, en medio de los obstáculos y tribulaciones que pueda desde mi cotidianidad ser sal y ser luz para quienes lo necesitan! ¡Señor Jesús, reina en mi corazón a través de tu amor… para que pueda ser un instrumento de tu reino en todos los corazones!

Evitar contaminar mi entorno cercano

Cristo habla de la ecología del corazón, es decir, de todo aquello que tiene que ver con la exterioridad y superficialidad de la vida, para afrontar con decisión lo que ocurre en lo profundo del corazón. Aquí es donde Dios espera la auténtica conversión.

Del interior del corazón del hombre es de donde emergen los pensamientos perversos: la mala conducta, el adulterio, la codicia, la maldad, el egoísmo, la envidia, el juicio ajeno, los excesos, el fraude… Todos estos males vienen de dentro y nos contaminan, vician nuestra existencia, dañan nuestras relaciones.  

La ecología del corazón consiste en aplicarse uno mismo el control de sus pensamientos, sentimientos y acciones, para no «contaminar» el entorno humano que nos rodea. No solo está la cuestión de salvaguardar el medio ambiente sino también y, sobre todo, de salvaguardar las relaciones humanas para estén guiadas por el amor y el bien y no por el inquina, la maldad y toda clase de actitudes dañinas.

La clave es evitar contaminar el entorno humano en el que vivimos, con nuestro egoísmo, mezquindad y vicios. Basta mirar de reojo al vecino o al colega con desprecio o enjuciamiento o, incluso, no saludar a propósito, para contaminar el ambiente. O señalar al otro y cargarle con la culpa.

Obviamente a nuestro parecer siempre somos inocentes. El culpable es siempre el otro, no nosotros aunque seamos responsables del mal que sale de nuestro propio corazón. Así, si el otro es el responsable de provocarme, de decirme o de herirme yo soy totalmente responsable de mi reacción ante el daño sufrido. Y si yo a su vez le respondo lastimándolo a nadie puedo verter mi culpa. Es un pecado que me contamina y que ayuda a «contaminar» el mundo…

Para poner en practica la ecología del corazón tengo que reconocer, en primer lugar, el mal del que soy responsable. A continuación, debo aprender a controlarme para no responder a provocaciones de las que sea objeto. Finalmente, debo abrir mi corazón al amor al prójimo porque es la práctica del amor lo que me purifica el corazón, haciéndolo verdaderamente puro.

Oro al Espíritu Santo para que me ayude a practicar la ecología del corazón todos los días, para acercarme cada vez más al Inmaculado Corazón de Jesús que, de hecho, es el fundador de la ecología del corazón. Y la cruz es su símbolo. El signo del amor infinito de Dios, que tiene el poder de vencer todo mal y purificar nuestros corazones.

¡Señor, quiero ser testimonio tuyo y que la ecología del corazón me sirva para mostrarte a los demás con mis gestos, palabras, mis pensamientos, en todas mis actividades, para que te hagas realidad en mi vida, para mostrar a los demás que tú eres la única y última razón de mi existir! ¡Que mis obras sean testimonio del amor que siento por ti! ¡Te pido, Señor, que reines en mi corazón y en mi alma para convertirme en un buen servidor de los demás, para saber que sirviendo a los otros con amor te sirvo principalmente a ti! ¡Señor, ayúdame a hacer la vida del prójimo más agradable procediendo siempre con caridad, generosidad, paciencia y mucho amor, actuando con discreción y servicio alegre! ¡Concédeme la gracia, Señor, por medio de tu Santo Espíritu de hacer agradable mi entorno y no contaminarlo con malas caras, actitudes negativas, juicios, enfados, soberbia, egoísmo…! ¡Señor, gracias por mostrare tu gracia y por las infinitas misericordias que dan brillo a mi vida y que quiero hacer extensible a los demás! ¡Espíritu Santo concédeme la gracia de acercarme al Inmaculado Corazón de Jesús para hacer de la cruz el símbolo de mi caminar!

Aprender a renunciar a mis querencias personales

¡No es sencillo renunciar a la comodidad, a las metas que te propones, a los objetivos que te marcas, a las cosas que te dan seguridad! Renunciar implica que debes dejar aparcado algo que te pertenece, algo a lo que tienes cierta querencia. 

En ciertas ocasiones este abandono implica que has dejar de hacer cosas que te llenan humanamente pero que, sin embargo, no son del agrado de Dios. O renunciar porque, simplemente, no te convienen.

Vivimos en una sociedad en la que la competitividad está al orden del día, se nos exige ser los mejores, los más preparados, prosperar para convertirnos en alguien, estar el santo día tratando de solventar problemas, aparcar los escollos para buscar soluciones… y no nos damos cuenta de la importancia de saber detenerse, de ir desprendiéndose de lo que estorba, de tener una visión diferente de la vida y del camino que estamos emprendiendo y, también, de saber recular cuando conviene.

Y olvidamos que la renuncia no significa fracaso; renunciar a algo no tiene porque implicar pérdida porque las renuncias son en infinidad de veces momentos de libertad plena, liberación de cargas, de despojo de ideas negativas, de pensamientos que nos aprisionan, de limitaciones personales que nos estancan todo con un barniz egoísta y mal entendido.

Toda renuncia te permite crecer, en lo humano y en lo interior; te posiciona en la vida de manera diferente porque todo desapego por lo cómodo y fácil te eleva y te acerca más a los que te rodean. Desde una óptica cristiana toda renuncia da innumerables frutos pues cuando sacrificas tus intereses personales, tus conveniencias, tus apetencias, tus apegos… estás comunicando a los que comparten la vida contigo que les interesas, que estás dispuesto a involucrarse en sus cosas, que mi mirada no está puesta en mi mismo sino en ellos, que es su bienestar el que me preocupa y no el mío. ¡Cuando cuesta lograrlo cada día!

Hay algo hermosísimo en la renuncia. En cada renuncia personal se hace presente en nuestro corazón el amor tierno y amoroso de Dios pues dejamos que sea Su voluntad la que se imponga en nuestra vida y le estás diciendo a Dios: controla tu mi existencia, no permitas que trate de dirigirla por mis propios medios, no dejes que mis apegos se interpongan… ¡Lo pienso pero cuánto me cuesta renunciar a mis querencias personales!

¡Espíritu Santo, concédeme la gracia de aprender a estar siempre en presencia de Dios para reconocer mi condición de pecador y mi incapacidad para renunciar a aquello en lo que me acomodo! ¡Crea en mi corazón un espíritu de entrega, de servicio, de generosidad, de renuncia! ¡Ayúdame, Espíritu divino, a renunciar al pecado, a la ofuscación de la verdad que me lleva a cometer pecado; al egoísmo que me impide amar al prójimo; a la soberbia, que me impide vivir en clave de humildad y servicio! ¡Ayúdame, Espíritu divino, a no vivir condicionado por la envidia, la avaricia, la sensualidad, la pereza, la cobardía, la tibieza, la injusticia, la mentalidad juiciosa, el orgullo, la hipocresía, el desprecio a los que no son como yo, a la indiferencia, la falta de caridad, de amor, de esperanza; todo esto me impide renunciar a mis yoes y yo aspiro a la santidad, a la unión con Dios! ¡Fortalece, Señor, mi fe, mi esperanza y mi caridad! ¡Ayúdame a no vivir condicionado por el materialismo, ni por los placeres mundanos, ni por las cosas que me apartan de Dios! ¡No permitas, Señor, que me crea un dios en minúsculas! ¡Espíritu Santo, que toda mi mente, mi corazón, mis fuerza y mi voluntad este encaminada siempre a hacer tu voluntad!

Vivir en la transparencia

Limpiando ayer un tarro de cristal en el que había guardado aceite usado quedaron impregnados en el vidrio algunas gotas pegajosas que impedían la limpidez del cristal. Me vino a la mente una idea: esto sucede con frecuencia en mi vida cristiana. Hay demasiadas manchas que ensucian mi vestidura espiritual. Por eso es tan necesario vivir en la transparencia para que acompañe la santidad de mi corazón, esa que hace agradable a Dios. En la medida en que soy transparente santifico a Dios en su corazón.
Tomé de nuevo el estropajo, vertí sobre él el lavavajillas líquido y limpié de nuevo el tarro de cristal hasta dejarlo impoluto. Me sirvió el símil para comprender qué importante es la transparencia de vida en mi vida cristiana. Esa transparencia te permite amar la verdad, la justicia, la caridad, el servicio, la pureza. Esa transparencia te invita a no dejarte llevar por la soberbia, el engreimiento o el egoísmo. Esa transparencia te ayuda a servir a los demás con generosidad y amor.
Esa transparencia te impide ser jactancioso y vanidoso, que el yoismo presida tu existencia o que la presunción sea el baluarte de tu ser.
Esa transparencia te ayuda a que cuando alguien te daña, te abofetea humillándote, te golpea moralmente, te provoca sufrimiento tu respuesta sea la quietud y la serenidad interior y no devolverlo con las mismas armas que principalmente te provocan más dolor a ti.
Esa transparencia te hace entender que no puedes excluir a nadie de tu corazón y de tu vida porque todos tienen valor como seres humanos.
Esa transparencia te ayuda a entender que cuando amas, vives desde el corazón; cuando perdonas, vives desde el corazón; cuando sirves, vives desde el corazón; cuando te olvidas de ti, vives desde el corazón; cuando aceptas las cruces cotidianas, vives desde el corazón; cuando te niegas a ser vencido por el orgullo y la soberbia, vives desde el corazón; cuando luchas y te esfuerzas por ser mejor, vives desde el corazón; cuando te entregas de verdad, vives desde el corazón; cuando alejas de tu vida la superficialidad, vives desde el corazón…
La transparencia no es simplemente una cuestión de sinceridad. Es una cuestión de autenticidad. Si quiero ser un cristiano auténtico, luz del mundo, tengo que ser una persona transparente porque no se enciende jamás una luz para no ser vista, para ocultarla y para que no ilumine.

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¡Señor, concédeme la gracia de vivir siempre una vida auténtica y transparente, que deje pasar la luz para no esconderme entre las máscaras que cubren mi existencia! ¡No permitas, Señor, que lleve una vida que huya de la luz de la verdad para que el mal no se acomode en mi corazón! ¡Envíame, Señor, a tu Santo Espíritu para que rebose sobre mi el don de sabiduría para que ilumine mi mente y derrote la ignorancia y descubra siempre la verdad de tu Evangelio! ¡Ayúdame, Señor, a que mi vida esté llena siempre de buenas obras, acompañadas de la verdad de mis actos, para que mis palabras, gestos, sentimientos y acciones están cubiertos de tu gracia! ¡Ayúdame a vivir la vida desde la transparencia, para que sepa disfrutar de todo lo que me das desde la gracia, para que no me venda a las distracciones del mundo y busque siempre mi felicidad interior! ¡Ayúdame, Señor, a apostar siempre por la fidelidad al Evangelio, a los grandes ideales que tu nos has enseñado, a no dejarme llevar por la mediocridad y que busque siempre servir con amor y amar al prójimo de verdad! ¡Ayúdame a avivar en mi corazón la gracia de la libertad para que desde la libertad interior darme siempre a los demás!

¿Cómo de pobre es mi corazón para dar cabida a Dios y a los demás en él?

La fuerza de Dios es que se manifiesta en lo pobre, en lo marginal, en lo pequeño, en lo humilde, en lo sencillo, en lo modesto, en lo que apenas cuenta… Esa es su grandeza. Elige a la Virgen porque ha mirado la humildad de su sierva. Derriba de sus tronos a los poderosos y ensalza a los humildes. Colma de bienes a los hambrientos y a los ricos los despide vacíos.
Ante la radicalidad de esta realidad solo cabe preguntarme: ¿Cómo de pobre es mi corazón para dar cabida a Dios y a los demás en él?
A Dios no le gustan los corazones soberbios, arrogantes y engreídos. Busca asentarse en el corazón sencillo, aquel que palpita acorde con su debilidad pues en él el poder de su gracia tiene capacidad para desdoblarse. Únicamente en un corazón que palpita pobreza puede germinar el don de la gratitud, la semilla del Amor plantada por Dios. Conozco a alguien que al inicio del confinamiento plantó en el jardín de su casa un huerto. A los tres meses aquel pequeño espacio ha devenido un festival multicolor de lechugas, tomates, zanahorias, calabacines. Todo surgió de un sembrado de pequeñas semillas. Así es la vida del hombre. Como una semilla minúscula, frágil, que debe ser regada y abonada cada jornada. Un lugar en el que hasta los pájaros deseen posarse para buscar refugio para cantar la grandeza de Dios. Un corazón agradecido es un imán para que en la vida se produzcan milagros de todo tipo. Un corazón agradecido es un corazón abierto a la vida, a la existencia, al otro… es, en definitiva, una fiesta luminosa para la humanidad entera.
Pero, ¿qué sucede habitualmente? Sucede que los ruidos, las prisas, las ocupaciones excesivas, el estrés, las ataduras vitales, la vida repleta de cosas aparentemente importantes pero sin importancia nos paralizan, nos impiden ser fecundos en nuestras relaciones personales, sociales, laborales, espirituales… No permiten labrar el campo de nuestra existencia, hacer fecundas las semillas de nuestro corazón, dejar que la infinitud de Dios, su poder y su gloria, puedan manifestarse en nuestra vida dando vida fructífera a la diminuta semilla de nuestra existencia.
¡Y cuántas veces nos demuestra Dios que para Él hacer que todo germine es posible! ¡Y aún sí nos empecinamos en que todo sea para ayer, que sus respuestas sean inmediatas, que todo esté atado y bien atado, soluciones firmes, concretas y bien medidas! ¡Cuánto nos empecinamos en definir claramente nuestras metas, a poner seguridad a nuestra vidas, a controlarlo todo! ¡Cómo soñamos con vidas falsas, con tantos sueños de grandeza, con tantas esclavitudes mundanas, con tantos apegos terrenales, con tanto empobrecimiento de nuestro corazón! ¡Nos creemos dioses en minúsculas, dioses de barro que caen atemorizados por el miedo, la impotencia y la fragilidad de nuestra existencia! ¡Y así nuestra espiritualidad se abona también a esta lógica!
Y entonces te das cuenta que la fuerza de Dios es que se manifiesta en lo pobre, en lo marginal, en lo pequeño, en lo humilde, en lo sencillo, en lo modesto, en lo que apenas cuenta… Y que esta es su grandeza. Y quiere que yo sea así, pequeño en lo grande, grande en lo pequeño. Porque el quiere crecer en mi corazón si yo se lo permito, quiere trabajar en mi interior si yo le dejo, quiere que todo su ser se impregne en mi corazón si yo le doy cabida. Y de nuevo la pregunta: ¿Cómo de pobre es mi corazón para dar cabida a Dios en él?

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¡Señor, pasa delante mío para ir iluminando mi existencia, para protegerme de los vericuetos de la vida, para transformar mi vida, para hacer de mi existencia un canto de alabanza, un camino de santificación; para transformar mi corazón soberbio, arrogante y egoísta en un corazón humilde, sencillo y generoso; un corazón que ame! ¡Señor, concédeme la gracia de abrirte mi corazón para que entres en él, para que a pesar de la dureza y los cansancios que me ahogan tu me sostengas, para que contigo dentro sea capaz de amar a los que me rodean, hacer el bien, actuar correctamente, para ser transmisor de alegría y de paz! ¡Señor, concédeme la gracia de abrirte el corazón para que la semilla plantada en mi interior de frutos abundantes! ¡Dame, Señor, un corazón pobre, abierto al amor, a la entrega, a la generosidad, al servicio, para abrirme siempre al prójimo; un corazón paciente y amoroso que sea capaz de llevar esperanza y no dolor; un corazón que sea testigo de tu misericordia, que de frutos abundantes, con capacidad de conversión para que haga fructífera la semilla plantada, que no se cierre a tu presencia, que no se deje llevar por las rutinas de lo cotidiano, que se sepa siempre en las mejores manos que son las tuyas! ¡Señor, déjame siempre sorprender por tu presencia, por la manifestación de tu amor en mi vida! ¡Enséñame, Señor, tu camino para que siempre siga tu verdad y mi corazón se abra siempre a ti y no se deje manipular por los excesos de la vida!

 

¡Sostén, Señor, mi mirada hacia lo alto y trascendente!

Tengo en ocasiones la ingrata sensación de que, debido a mi fragilidad humanidad, mi mirada permanece en las cosas mundanas y mi corazón no se abre a lo transcendente. Que mis inclinaciones, afectos y predisposiciones se dirigen hacia las cosas terrenales y no a lo divino. Y lo que me ata a ello son mis pecados recurrentes, mis egoísmos, mi soberbia, mi fragilidad; esto impide que eleve mi mirada hacia lo alto donde se sustancia lo importante y relevante de la vida. Como la gallina, mi vuelo es bajo y, como la serpiente, avanzo arrastrándome entre el polvo de la vida.
¡Con cuanta frecuencia te sonríen las cosas y crees que todo es por ti mismo! ¡Brillas en tus quehaceres y crees que es por méritos propios! Recibes parabienes y crees que son logros que has obtenido por aptitudes que tu solo te has labrado. Pero lo mundano es efímero, caduco, perecedero, tan fugaz como una ráfaga de viento. Cuando centras tu mirada y pones tu corazón en lo temporal que te ofrece el mundo equivocas el camino. Por eso le pido al Señor que me conceda la gracia de tener siempre la mirada levantada al cielo, que no me deje seducir por las cosas de este mundo porque es en lo alto donde está, de manera cierta y real, la autenticidad, la verdad, lo relevante y lo trascendente. Es mirando allí donde puedo alcanzar con el corazón abierto la verdadera alegría, desde donde puedo lograr la paz y la serenidad interior, desde donde puedo relativizar lo terrenal para darle valor a lo divino.
En la medida que mi corazón se abre y experimento el valor de lo espiritual y las cosas del Padre menos apegos a las cosas de este mundo, menos encadenado estoy al individualismo, menos inclinado al materialismo, menos esclavizado al hedonismo, criterios que esta sociedad en la que vivimos nos muestra como caminos comunes pero que solo nos apartan del camino hacia la casa eterna.
Mirar al cielo. Mirar la eternidad. Mirar desde la distancia lo caduco. Sostener la mirada hacia lo alto, con el corazón abierto, te permite no dejarse vencer por la seducción del mundo y llenarse de la gracia divina. Es lo que le pido hoy y siempre intensamente a Dios: que me permita seguir los pasos de Cristo, siendo fiel a su Evangelio, a su Buena Nueva y a su Palabra, con la ayuda inefable del Espíritu Santo. Unido a la Trinidad para dirigir mis pasos al cielo prometido.

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¡Padre, abro mi corazón a ti y elevo mi mirada al cielo! ¡Concédeme la gracia de no dejarme vencer por las seducciones mundanas y tener un sentido trascendente de la vida! ¡Concédeme la gracia de seguir cada día de manera fiel y coherente los pasos de tu Hijo, ser capaz de interiorizar y vivir su Palabra, dar sentido en lo cotidiano de mi vida a su Evangelio! ¡Abro mi corazón a Ti, Padre, seducido por tu Amor y tu Misericordia, flujo de alegría y de paz para mi corazón! ¡Abro mi corazón, Padre, porque quiero ser capaz de relacionarme con la creación y la humanidad tal y como hizo Jesús! ¡Espíritu de Dios, concédeme la gracia de abrirme a la trascendencia, la mirada siempre hacia lo alto, a la realidad de la vida desde la perspectiva de una fe cierta, para dar valor a lo que es esencial y no perecedero! ¡Hazme, Espíritu divino, cimiento y raíz de la vida evangélica, coherente con mi creer cristiano, entregado por favor en favor de todos, vivificado por al experiencia de la gracia de Dios, mirando siempre a Cristo; ser de oración constante! ¡Concédeme la gracia de vivir en la trascendencia, abierto siempre a la profundidad de lo real, con una mirada que sea capaz de descubrir una dimensión diferente de la realidad que yo mismo pueda crearme!  

El significado de nuestra vida

Hoy, domingo, es la Pascua del enfermo. Recuerdo con frecuencia la imagen de mi padre postrado en la cama en los últimos meses de su vida, consumido por un cáncer que cercenaba a velocidad del rayo su debilitado cuerpo. Era el día de Navidad. Aquel día, delicado ante la enfermedad y pese a que no podía prácticamente ingerir nada, quiso levantarse. Se puso su traje y su corbata y con la elegancia que le caracterizaba con una gran sonrisa y una gran alegría que salía de su corazón, alegría que daba sentido a su vida, se dirigió a los que en torno a la mesa estábamos reunidos: «Os quiero, sois lo más hermoso que me ha dado Dios». Fueron sus únicas palabras. Mi padre fue siempre un cristiano alegre, agradecido, servidor del prójimo, entregado a su mujer, sus hijos, su familia, sus amigos, sus trabajadores…
Para mí era un cristiano ejemplar que se negaba a centrarse en sí mismo, pero que se abría al proyecto de Dios en su vida y en su entorno. Con alegría.
El auténtico seguidor de Jesús experimenta verdadera alegría porque la alegría profunda se nutre de la apertura y el don en lugar de la estrechez y el egoísmo. De él aprendí que las personas que están encerradas en sí mismas no son felices. La felicidad está en la apertura al don de Dios y en el don de uno mismo para los demás.
La forma en que vivimos en nuestras ocupaciones y nuestros compromisos, así como en nuestras obras, tiene un significado profundo si dejamos que se ilumine con fe en la Palabra de Dios, en las Buenas Nuevas proclamadas por Jesús, quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Nuestro camino se fusiona con los caminos de Cristo y su venida. Entonces, reconociendo a Jesús como el Señor de nuestras vidas, nos invade una felicidad y una alegría incomparables.
Por supuesto, las pruebas, los obstáculos, las dificultades no desaparecen, pero nuestra vida tiene sentido a partir de ahí. No somos como personas sin rumbo, pero estamos en marcha esperando la plena revelación de Cristo que vive entre nosotros.
¿Podemos estar alegres ahora mismo en un mundo magullado por tantas desgracias como el drama actual de la pandemia, de los refugiados, del terrorismo, de los pobres olvidados, de los niños explotados…! ¡Si! Podemos alegrarnos y dejar que nuestros corazones se vistan de alegría porque hay que permanecer siempre en la alegría del Señor, que está cerca.
La alegría del cristiano va siempre en compañía. El gozo cristiano es un fruto del Espíritu que se acompaña de muchos otros frutos, en particular la paz de Dios que excede todo lo que uno puede imaginar: amor, paciencia, amabilidad, benevolencia, fidelidad, gentileza y dominio propio.
¿Qué tengo que hacer entonces? Ir al fondo de mi corazón para encontrar las respuestas que el Espíritu Santo deposite allí para salir de mi mismo, abrirme para compartir, escuchar a mi pareja, a mis hijos, a mis amigos, a mis compañeros de trabajo o a cualquiera con quien me encuentre y tenga una necesidad. Depende de mi escuchar, abrir el corazón, y dejar que penetré en él la fuerza del Espíritu. Desde ahí, tendré más facilidad para poseer a Dios, gozando de su presencia en mi corazón. Este es el significado de nuestra vida: estar alegres en el Señor.

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¡Señor tu deseo es que sea feliz porque me has creado para disfrutar de la vida eterna! ¡Quiero acoger en mi corazón tu invitación a entrar en la alegría de la comunión con tu Hijo! ¡Señor, yo aspiro a ser feliz poseyéndote a Ti, gozando de tu presencia en mi corazón! ¡Tenerte a Ti, Señor, es fuente de una alegría inmensa que ni los problemas, ni las dificultades, ni los sufrimientos, ni las adversidades, ni las aflicciones, ni las turbaciones… pueden quebrar! ¡Aspiro, Señor, a la alegría de cumplir tu voluntad, de renunciar a mi propio yo, a buscar lo mejor para el prójimo, a complacerte en todo, a renunciar al pecado, a aspirar a la santidad, a defender al débil, a servir con amor, a disponerme enteramente a Ti! ¡Señor, te doy gracias porque tus obras en mi son maravillosas, tus promesas eternas, porque me gozo en las obras de tus manos! ¡Me gozo en Ti, Señor, porque mi alegría me permite tener paz interior, serenidad del alma y búsqueda constante de la virtud! ¡Señor, he sido creado para la vida eterna contigo y con todas las personas que amo; me has dado la vida para gozar eternamente de Ti y, pese a las dificultades, quiero vivir en tu presencia desde ahora y por toda la eternidad! ¡Quiero vivir alegre con el corazón puesto en Ti porque esta es mi esperanza! ¡Y en este domingo que celebramos la Pascua del enfermo, te pido por todos los que viven la enfermedad en soledad, sin fe, sin esperanza, sin la compañía de sus seres queridos! ¡Te pido por los que no pueden participar de la Eucaristía! ¡De los que sufren y tienen miedo! ¡Y por todos los que les cuidan, para que tu Señor te hagas presente en sus vidas y tu, María, Salud de los enfermos, los cubras con tu manto maternal!

Con flores a María (Obsequio espiritual a la Santísima Virgen María)
María, Madre, cuando Jesús expuso las ocho bienaventuranzas, no hizo más que fijarse en ti: enséñame a ser manso, a dejarme traer y llevar por la obediencia.
Te ofrezco: cumplir hoy mejor con mis deberes con alegría y tener en mi corazón a los enfermos haciendo algún sacrificio por ellos.

Perfumar a Cristo como la Magdalena

Me acerco en esta mañana a la figura de una mujer importante de los Evangelios. Aparece varias veces en sus páginas. Una mujer que salta de hombre en hombre, que vive el vacío de la vida, los egoísmos del corazón, sometida al pecado, al desamor, embarrada en la lujuria, con un vida perdida por sus desafueros humanos… El día que encuentra a Jesús, su vida cambia. Vuelve a la vida. Renace interiormente. Jesús la acoge con lo que es, con su pasado y su presente. No le importan sus debilidades, ni lo que ha sido. Ella se postra a sus pies y le perfuma con un perfume de nardos y Él, sin miedo al que dirán por las faltas que ha cometido, abre sus manos a sus miserias, a su inmundicia, a sus suciedades humanas, a su impureza y… la levanta y la dignifica. Con su misericordia, Jesús la libera de sus esclavitudes; con su amor generoso, la cura de sus debilidades; con su gracia, la fortalece ante la vida.
El comportamiento de Jesús con esta mujer demuestra que el Señor actúa siempre con indulgencia, con compresión, con amor, con ternura y delicadeza. Jesús ama a los hijos pródigos. Cuando María Magdalena se postra a los pies de Cristo halla todo el perdón del Amor mismo, siente la mayor misericordia que un corazón puede recibir. Junto a la parábola del Hijo Pródigo, el gran milagro de amor, consuelo, esperanza y misericordia que se relatan en los Evangelios es la historia de la Magdalena. Me conmueve como resucita de la vida pecadora, como son transformadas sus miserias en belleza de vida, como las losas de su existencia se le hacen ligeras, como se regenera su corazón pecador y se vuelve un corazón comprometido y puro; como las lágrimas que brotan de ella, arrepentida, son un proceso de purificación humano. Y, sobre todo, como su esclavitud al pecado acaba deviniendo en seguimiento fiel, puro, apostólico, firme al Amor de los amores. Y como desde el momento en que se encuentra con Cristo su mirada solo está centrada en él porque no solo se sintió perdonada por Jesús, se sintió amada, comprendida, purificada, sanada… Y entonces aprendió a amar. A amar con un amor que lo transforma todo, que lo cambia todo por completo, que lo enriquece por doquier, que te permite irradiarlo a espuertas, que levanta el ánimo, que transforma interiormente, que fortalece la vida, que eleva el alma para irradiar a Cristo. Es tan fuerte el amor de sentirse amada y perdonada que no duda en dar un sí firme a Jesús hasta el punto de estar con Él, junto a la Madre y san Juan, el discípulo amado, a los pies del madero santo. Y no solo eso, Jesús la premia con ser anunciadora de su Resurrección gloriosa. Premio indiscutible a la fidelidad humana, al seguimiento por amor, a la firmeza de su fe y al cumplimiento de la promesa de que por muy hondo que sea el pecado una vez te has comprometido con Jesús tu camino está abierto a la esperanza y la gracia.
La historia de la Magdalena es un señuelo para mi vida porque me muestra una senda preciosa en este camino de Cuaresma: yo también puedo, con mi pecado y mis miserias, borrar la inmundicia de mi corazón y dar un sí cierto para cambiar mi vida y ser un fiel seguidor del Cristo que desborda Amor infinito y misericordioso porque es un Amor que todo lo transforma, todo lo perdona y todo lo sana.

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¡Santa María Magdalena, fiel seguidora de Jesús, ayúdame a encontrar siguiendo tu ejemplo de humildad, compromiso, amor, arrepentimiento y conversión el amor de Jesús en este tiempo de purificación interior! ¡Muéstrame el camino del arrepentimiento y de la conversión para hacerme un verdadero discípulo suyo! ¡Ayúdame a abrir el corazón de par en par a Cristo para serle fiel en lo pequeño y en lo grande y tener un verdadero conocimiento de mi mismo y reconocer cuáles son mis miserias y mis culpas, mi pecado y mis faltas, y cambiar para seguir muy unido a Él como lo estuviste tu! ¡Ayúdame a ser un buen discípulo de Jesús como lo fuiste tu y enséñame el camino para avanzar por la vida cristiana, para acoger en mi corazón la Palabra de Jesús, para poner en sus manos la pobre arcilla del que estoy hecho, para ser testigo de su misericordia, para amar con el corazón abierto, para abrirme a la humildad, para tener mucha fe de que con Jesús todo lo puedo, para vivir una auténtica conversión del corazón, para testimoniar que con Jesús todo es posible, para ir al encuentro suyo sin ataduras ni miedos! ¡Enséñame a vivir una vida auténtica, entregada, fiel, generosa que muestre siempre gratitud y amor; una vida que muestre a Jesús su agradecimiento por todo lo que hace por mi; una vida que le demuestre que estoy muy lleno de Él, que agradezca todo el amor que siente por mi; que no dude en seguirle en los caminos de la vida, que me muestre como llevar la cruz de cada día! ¡Ayúdame, María Magdalena, a salir siempre a su encuentro, a enamorarme de Él como lo hiciste tu desde la gracia, el perdón y la fidelidad! ¡Ayúdame a convertir mi vida en una vida apostólica como discípulo de Jesús del que tu fuiste un auténtico ejemplo de fidelidad y de entrega! ¡Ayúdame a contemplar contigo al Cristo ensangrentado en la Cruz, para leer en las llagas de su cuerpo, para ver sus manos y sus pies clavados en el madero, para ver su rostro manchado de sangre por la corona de espinas, para ver su piel degollado… con el único fin de serle fiel siempre y comprender de donde viene la fuerza del amor, de donde procede la fuente de la gracia, de la esperanza, del perdón, de la sanación del corazón; para entender que no hay nada más bello que dar la vida por el otro; para comprender que sin vida fiel a Cristo no hay gracia!

Sacudirse el yugo de los agobios

Hay días que los cansancios por el trajín de la jornada te vencen. Estas dosis de cansancio te aplacan y te paralizan en tu capacidad para darte a los demás, para servir, para trabajar, para estar amable. Pero hay cansancios que no son físicos, son cansancios del alma. ¿Reparo en ellos? Porque estos cansancios lastiman interiormente: la codicia del querer más, el anhelo de buscar la propia comodidad, el dejarse vencer por el consumismo, el ansia de conseguir metas por encima de los demás, el apoyar cada una de nuestras acciones en un egoísmo vital…
El activismo desmedido nos desgasta. Uno de los cansancios principales es no darle al corazón un sustento al que agarrarse. Cuando el ego sustituye al amor como coraza del corazón todo se desmorona. El ego es el instinto de supervivencia emocional del hombre porque distorsiona nuestra esencia, una identidad ilusoria que aplaca lo que somos verdaderamente. Con el ego impregnándolo todo fallan nuestras relaciones personales, nuestra felicidad, nuestra paz interior, nuestra serenidad. Todo se vuelve apatía. Los ruidos que nos acechan nos impiden vivir en paz. Cada uno sabe y reconoce las causas de su desgaste emocional y vital.
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados», nos invita Jesús. Es una llamada que se dirige a todos los que sienten la religión como un peso que les imposibilita entender la alegría de un Dios Amigo y Salvador. Cristo te invita abandonar el yugo de la desazón y sin alegría para cargar el suyo que hace más llevadera la vida. No porque nos exija menos sino porque Jesús ofrece el amor que libera al hombre y aviva en su corazón la necesidad de hacer el bien y la alegría de la alegría fraterna.
Quiero aprender de Jesús que es humilde y sencillo de corazón y que no se enreda ni enmaraña con las cosas de la vida sino que la transforma en más clara, más simple, más sencilla pero, sobre todo, más humilde permitiendo lo mejor que hay en cada uno y mostrando como vivir de manera más honesta, auténtica, digna y humana.
Cristo promete que si te acercas a Él aprendes a vivir de modo diferente, encontrando el descanso en la propia vida. Jesús sacude el yugo de los agobios, no los genera; te permite desarrollar la libertad, y te aleja de las servidumbres; te lleva hacia el amor, no hacia el egoísmo; te inunda de alegría, expulsando la tristeza. La pregunta es sencilla: ¿Soy capaz de encontrar descanso en Jesús? ¿De qué están impregnados mis cansancios?

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¡Señor, iluminado por tu Santo Espíritu, te doy gracias porque soy consciente de que mis agobios y mis cansancios pueden servir para hacer que tu presencia en mi vida sea real! ¡No permitas, Señor, que mis cansancios me envuelvan en mi mismo sino que me lleven volverme hacia Ti y hacia otros rostros con los que convivo diariamente! ¡Gracias, Señor, por invitarnos a acudir a Ti a los cansados y agobiados, porque me impiden liberarme de mis máscaras, de mis infidelidades, de mi incapacidad para amar, de mis egoísmos! ¡Pongo, Señor, en tus manos a todos los que sufren y viven sin esperanza, los que lloran desconsolados y que esperan en soledad un vida incierta repleta de sufrimiento! ¡Hay muchos a mi alrededor, Señor, y los conoces por su nombre! ¡Llámalos, Señor, abrázalos y dales el consuelo que les dé la paz y empújame a mi, con la fuerza del Espíritu Santo, a salir a su encuentro en tu nombre! ¡Envía tu Espíritu sobre mi, Señor, para que aprenda a ayudar al prójimo con la carga de sus cansancios! ¡Abre mi corazón al amor, para que te siga fielmente! ¡Tu no me obligas a nada, más bien me ofreces tu estilo de vida que es el único que me hace libre, que no me ata a los prejuicios ni lo centra todo en el bienestar propio sino en el del bien común! ¡Jesús, tu yugo es amar y hacer el bien, no permitas que me deje engañar por esos proyectos de felicidad que te excluyen a ti de mi corazón!

Educarse en la libertad

Tercer sábado de diciembre con María, Señora del Adviento, en el corazón. El tiempo de Adviento es un tiempo muy mariano. Es Ella la que lleva en su seno al Niño Dios. Es gracias a su entrega absoluta que María se convierten en la liberadora del ser humano. Su «hágase» humilde y entregado a la voluntad del Padre tuvo como consecuencia el nacimiento de Jesús. ¿Qué pensaría María los días previos al nacimiento del Salvador? ¿Sería consciente de lo que suponía ser la Madre de Dios?
Esta pregunta me lleva a plantearme una cuestión fundamental en la vida de María. Su libertad. La libertad de María le permite liberarse de cualquier egoísmo; ella asume desde la concepción de Jesús que su vida estará marcada por el dolor, por las renuncias, por la persecución, por la incomprensión y por el desgarro del corazón.
Esta es una de las grandes misiones de cualquier cristiano, hijo de María. La defensa de su propia libertad. Una libertad que exige la lucha contra uno mismo, para liberarse del egoísmo que llena el corazón; que derrote las pasiones, que venza las debilidades y que luche contra los instintos. Es imposible alcanzar la libertad cuando te encuentras atado a las personas o lo material de la vida. Ser como María, libre en el corazón, instrumento útil para el servicio a los demás.
La figura de María te permite comprender que la fe y el amor son los dos pilares en los que se sustenta la libertad.
Hoy le pido a María que me eduque en la libertad, a su imagen y semejanza, para actuar siempre como un ser libre, abierto al mundo, disponible a la voluntad de Dios y al servicio del prójimo. Y en base a esa libertad, que me haga un instrumento eficaz de liberación en mi entorno familiar, profesional, social, comunitario y parroquial.

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¡María, quiero ser libre como lo fuiste tu, que diste el Sí más relevante de la historia! ¡Quiero ser libre para sentirme liberado por Tu Hijo! ¡Anhelo parecerme a Ti, manteniéndome siempre firme en mi libertad de hijo de Dios e hijo tuyo! ¡Tómame de la mano, María, para que no ceda ni un ápice en esta libertad! ¡Para no que me oprima en el yugo de la esclavitud que me lleva el pecado o las tentaciones del demonio! ¡Tómame de la mano para que no me deje llevar por el individualismo, ni por el espíritu mercantilista, ni por el consumismo desenfrenado, ni por la pereza, ni por el creerse una buena persona, ni por llenarme de orgullo y egoísmo, ni por vivir alejado de las enseñanza de tu Hijo, ni por hacer caso omiso a las leyes que puedo leer en el Evangelio! ¡Tómame de la mano, María, para que sepa apreciar la verdadera libertad, la que nace de Dios, la que te permite seguir Su voluntad y aceptar sus caminos! ¡Tómame de la mano, María, para buscar mi salvación caminando hacia Cristo y su verdad! ¡Tómame de la mano, Madre, porque es contigo como puedo llegar al corazón de Jesús, a vivir la vida en plenitud, a gozar de la auténtica libertad, a vivir con alegría cristiana, a ser semilla, luz, sal de la tierra, fruto abundante, sarmiento! ¡Tómame de la mano, Madre santa y buena, porque quiero enraizarme en la fe, en la esperanza, en la confianza y en el amor, semillas de la verdadera libertad! ¡Tómame de la mano, María, porque quiero ser libre en Cristo, Tu Hijo, que es quien nos ha liberado del pecado! ¡Edúcame en la libertad, Madre, para estar siempre disponible a la llamada de Dios!